Mil Máscaras y Jorge Negrete: Para ser leyenda hay que ser el mejor en lo que se hace
No son pocas las personas que han tenido que dedicarse a alguna actividad sin haber planeado hacerlo, pero que gracias a su preparación previa en otros campos del saber, terminan siendo no sólo sobresalientes, sino los mejores, opacando a quienes siempre se encauzaron a dicha actividad. Una frase que bien se ajusta para explicar este fenómeno, fue dicha por Wolverine, personaje de cómics, en 1982: “Soy el mejor en lo que hago, pero lo que hago no es muy agradable”.
(Publicado originalmente en SÚPER LUCHAS #441)
Obviando las interpretaciones diversas que dicha sentencia (acuñada, al parecer, por el artista Frank Miller) pueda tener, lo cierto es que es común encontrarnos con personas sobresalientes en su particular labor, a la cual llegaron de manera circunstancial. Recordamos esto debido a que la semana pasada (noviembre de 2011),
El pueblo mexicano ha respondido con gusto al homenaje en honor a Negrete, quien en cuestión de papeles cinematográficos nunca se mostró polifacético como Pedro Infante, pero siempre ostentó una voz superior y una gallardía insuperable. Negrete se mantiene hasta la fecha como el arquetipo del charro rural y orgullo de la mexicanidad. Mentiría quien dijera que no se ha emocionado cuando en El peñón de las ánimas, estando Negrete en su papel de Fernando Iturriaga, le piden cantar “El mexicano” (
Yo soy mexicano, mi tierra es bravía. Palabra de macho que no hay otra tierra más linda y más brava que la tierra mía.
Pero Negrete nunca alimentó de manera previa el ánimo de ser el charro cantor del cine mexicano. Siendo hijo del coronel David Negrete, quien militó en las filas de la División del Norte durante la Revolución Mexicana, tuvo la suerte de no pasar carencias, pudiendo ser educado vocalmente por el maestro José Eduardo Pierson, mentor también de otras leyendas de la canción mexicana como Pedro Vargas, Alfonso Ortiz Tirado y Hugo Avendaño.
Negrete aspiraba a ser estrella del arte lírico, e incluso para ello hizo una audición en el Metropolitan Opera House, de Nueva York. Su potente voz de barítono quizá le hubiera ayudado a catapultarse a la fama en las grandes salas de conciertos. Eso puede adivinarse al escuchar una rara grabación de La canción del torero, de la ópera Carmen, cantada en italiano por él.
Sin embargo, al igual que le sucedió a José Mojica años antes, la suerte no le fue favorable en la búsqueda del sueño americano. Una hepatitis agravó su situación y dañó su hígado, teniendo que aprovechar oportunidades menos edificantes, pero económicamente más enriquecedoras, como son la canción popular y el cine. En éste, comenzó su carrera en 1937 con La madrina del diablo, de Ramón Peón. Aunque desde el principio no tuvo más que papeles estelares, fue en 1941, media docena de películas después, cuando se consagró con ¡Ay, Jalisco, no te rajes!, de Joselito Rodríguez. Cuenta la leyenda romántica que Negrete se encontraba en Estados Unidos cuando su hermano consiguió que le dieran el papel principal de dicha cinta. Negrete se negó a aceptar el trabajo, pues para él resultaba indigno aparecer como charro, pero no tuvo opción, pues su familia ya había gastado el adelanto dado por los productores. Esa anécdota que marca el inicio de la carrera de Jorge Negrete, es seguramente apócrifa, pues para 1941 ya había aparecido en varias películas como un charro.
De cualquier manera, es innegable que el sueño de Negrete era ser cantante de ópera. Se había preparado para ello y había puesto todo su empeño en ello. Las circunstancias lo obligaron a tomar otro camino, donde terminó siendo no sólo notable, sino el mejor, estableciendo un estándar que hizo que siguientes generaciones de cantantes de ranchero tomaran como requisito poseer una voz potente y una técnica adecuada.
Es obligado buscar un paralelismo a esta historia dentro del mundo de la lucha libre, y realmente no es difícil encontrarlo en la figura de Mil Máscaras, el primer gladiador mexicano que logró convertirse en una superestrella a nivel global.
Al igual que Negrete, Máscaras cultivó sus habilidades –en este caso, atléticas—desde temprana edad. Estudió judo con Masato Yamada, quien fuera capitán del ejército imperial japonés durante la segunda guerra mundial. Hizo del fisicoconstructivismo una religión, atesorando todos los secretos de una actividad que en aquellos tiempos, cuando el siglo XX se adentraba en su segunda mitad, aún se mantenía libre del fantasma de los esteroides.
La vida del joven deportista hubiera sido muy distinta de no haberse encontrado con Valente Pérez. Sus objetivos de vida eran varios, siendo el más inmediato participar en los Juegos Olímpicos de Tokio ‘64 como luchador amateur. Pero Pérez –siempre creativo y soñador—ya publicaba entonces en otra de sus revistas, Lucha Libre, las hazañas de un luchador ficticio, un supuesto enmascarado mexicano que triunfaba en el extranjero: Mil Máscaras.
Pérez le solicitó a su colaborador en Muscle Power que encarnará a Mil Máscaras. Al no obtener una respuesta afirmativa, ofreció el personaje a otro fortachón, Jorge Galindo, quien incluso se hizo estudios fotográficos con la indumentaria, pero declinó de última hora, aunque terminó incursionando en la lucha libre con el nombre de As de Oros.
Cuando Pérez se creía perdido, la fortuna le sonrió, pues el General José de Jesús Clark Flores, Presidente de la Confederación Deportiva Mexicana y virtual dictador del Comité Olímpico Mexicano, le había negado el apoyo económico para sus entrenamientos a Mr. México ’61 (la falta de apoyo a los deportistas en el vazquezrañismo no es invención, sino herencia). El fortachón estaba furioso y había decidido no ir a las Olimpiadas. En vez de ello, fue a hablar con Valente Pérez para ponerse a sus órdenes.
La mentalidad de Mil Máscaras era clara: Nada es imposible. Otro luchador se hubiera dormido en sus laureles, pero este joven estaba decidido a no ser uno más del montón. Al comprobar las grandes diferencias que hay entre la lucha amateur y la profesional, y herido en su orgullo propio por las críticas que aseguraban que era sólo un producto de la publicidad, Máscaras buscó al mejor maestro, y lo encontró en la figura de Cuauhtémoc Diablo Velasco, a quien le pidió no sólo que lo puliera (pues luchar ya sabía),
La carrera de Mil Máscaras subió como la espuma, pero no fue sólo su técnica en el ring la que lo ayudó a triunfar. Su preparación académica, su carácter y su manera de ver las cosas fueron quizá más importantes, pues al haber debutado en un plano estelar, no toleró que lo programaran en un lugar inferior, y cuando lo hicieron, decidió dejar la empresa de Salvador Lutteroth y aceptar un contrato para trabajar en Los Ángeles con el promotor Mike LeBell, comenzando a hacer realidad los sueños de Valente Pérez.
El 19 de febrero de 1971 debutó en Japón con la All Japan Pro Wrestling, venciendo a Hantaro Hoshino. El 18 de diciembre de 1972 se convirtió en el primer gladiador enmascarado en luchar en el Madison Square Garden de Nueva York, a pesar del veto que la Comisión Atlética del Estado de New York tenía hacia los luchadores enmascarados, pues supuestamente podían estar ocultando su rostro por ser criminales.
Los triunfos de Máscaras se multiplicaron en todo el mundo, de tal suerte que hoy es considerado prácticamente un dios en Japón. A pesar de su edad, mantiene una envidiable condición física, lo que le permite seguir activo, sin una fecha aún para su retiro de los cuadriláteros.
Tanto Jorge Negrete como Mil Máscaras se prepararon para otras actividades distintas a las que finalmente abordaron, pero esa preparación previa los hizo ser disímiles al resto de sus colegas cuando tuvieron que emprender el camino de su profesión definitiva. Eso los hizo tener la mentalidad de ser siempre el mejor en lo que se hace. Eso los ha vuelto leyendas; eso los ha vuelto inmortales.