La separación de marcas ha acentuado una dinámica que durante los últimos meses he predicho en algunas de mis notas al respecto, y que parece que finalmente está ocurriendo. Por ello, este artículo pretende ser, en parte, el testimonio empírico de un hecho cada vez más evidente, aunque se circunscriba a la opinión personal.
Durante la última semana, debido a circunstancias impuestas, tuve que ausentarme del universo WWE durante tres días. Tres días donde desconecté de cualquier actualización al respecto de este deporte que nos ocupa, coincidiendo precisamente con tres shows: NXT TakeOver: Brooklyn II, SummerSlam 2016, y la última edición de Raw, eventos decisivos dentro del calendario veraniego. Resulta lógico que tras dicha laguna informativa, sea necesaria una dosis acelerada de puesta al día luchística, pero tal vez se nos exija demasiada atención. De hecho, necesité en la práctica un día entero para recuperar el hilo argumental.
Como apunté, la segunda Brand Extension pretende ampliar las miras del producto de Vince McMahon, extendiendo sus tentáculos aún más en su pugna con el resto de empresas (considerando que esa competencia en realidad exista). Haciendo cuentas, WWE demanda cada semana estándar un número de horas de visionado cercano a las 7 horas. Si se trata de una semana como la referida en mi ausencia, el tiempo requerido se dispara casi a las 14; doble carga de producto a consumir. Todo esto excluyendo el Cruiserweight Classic, los contenidos exclusivos de WWE Network y demás noticias referidas al mundillo, por supuesto a través de SÚPER LUCHAS. Los cálculos concretos se pierden en este caso, la opción definitiva para ser un verdadero conocedor.
¿Pesará a la larga tal sobresaturación de lucha libre en el aficionado medio? Siempre se ha hablado de la demanda de la IWC por la reconversión de WWE a un tono similar al de la Attitude Era, abandonando lo PG de una vez por todas. Pero tengo mis dudas de que un adulto medio, con las responsabilidades propias de esta franja de edad, pueda ser capaz de seguir tamaña sucesión de acontecimientos en su plenitud. Desconozco si se trata de una buena estrategia, pero de esta manera, el producto seguirá estando orientado a un público joven, pues estos sí pueden permitirse las necesarias horas de fidelización.
De nuevo, estoy ante otro de los argumentos en contra a añadir en mi postura sobre la separación de marcas. Junto a la creación de un número excesivo de cinturones en pos de suavizar rivalidades, constituye el movimiento base para consolidar la política PG y reforzar la identidad adoptada desde 2010. Así pues, consolido mi visión de esta Brand Extension como arma de doble filo, ahora en concreto referido al aficionado adulto con insuficiente ociosidad. Tal vez los beneficios obtenidos por ese gran invento llamado WWE Network desestimen este artículo, pero es algo ajeno al seguidor de a pie sin acciones en la compañía.
Cercano al sectarismo, el universo WWE se está convirtiendo peligrosamente en un deporte demasiado proselitista, poco accesible para potenciales nuevos adeptos. Los responsables de marketing se han tomado demasiado en serio las exigencias de la IWC, o las han interpretado a su conveniencia. Mayor volumen de contenido no implica mayor calidad del mismo, y esta época de infobesidad también beneficia a dicha estrategia. El ansia por acaparar bytes y bytes de lucha libre, ese aquí y ahora característico de los últimos años se revela un tic propicio para el surgimiento de aficionados acérrimos. Aunque del otro reverso, también el de aficionados insustanciales o superficiales ante la colosal avalancha de datos: una paradoja imprevista, ejemplificada sin ir más lejos en el grueso del público de los shows de NXT. Ya lo explicó hace unos meses Ernesto Ocampo en un artículo de su autoría.
Internet no es la panacea del mundo luchístico, como muchos creen, sino una coyuntura que ha desvirtuado en parte la verdadera afición a esta disciplina, y WWE está sacando tajada efectuando un corporativismo voraz, dirigido al público incorrecto. Y seguramente, sin decisiones así, nunca se hubiera superado el récord de asistencia en la pasada WrestleMania 32. Parece que, por definición, la lucha libre deba mantener una mínima condición de minoritaria para conservar su salud, al igual que casi todas las disciplinas artísticas o deportivas. En definitiva, constituye un reflejo de la vida.