Santo en el Museo de Cera: Película clave del cine de luchadores

Dos años después de que Santo por fin fuera convencido por Eduardo Bonada y Fernando Osés para incursionar en el cine, tenía ya completados ocho filmes. Había pasado una década desde que rechazara el rol estelar de El Enmascarado de Plata, cinta que José G. Cruz, ante la negativa del encapuchado, se vio obligado a adaptar para incluir en ella a Médico Asesino como protagonista.

En aquellos años, hacer cine en México representaba un buen negocio. No era caro producir una película, y los llenos de las enormes salas garantizaban la recuperación de lo invertido. Los filmes de Santo aparecieron precisamente en esta época, cuando la calidad daba paso a la cantidad. La época de oro del cine mexicano ya había expirado, y lo que quedaba eran los sindicatos que monopolizaban la industria con ayuda gubernamental.

► Cine de luchadores, un producto de su tiempo

Las películas de luchadores han recibido por décadas la etiqueta de malas debido a sus bajos valores de producción. Sus guiones no son complejos; las caracterizaciones son pueriles; las escenografías son irreales, y sobre todo, necesitan que el espectador desactive su sentido de incredulidad para que pueda disfrutarlas. No obstante, hay que aclarar que eso no es propio solamente del cine de luchadores, sino de todo el cine que se manejó en México durante esa época.

Pongamos un ejemplo: Jaime Salvador dirigió para Producciones Grovas la película El monstruo de los volcanes, cinta vagamente inspirada en la leyenda del Yeti filmada en las faldas del Popocatépetl y en las grutas de Cacahuamilpa. Los roles estelares corrieron a cargo de Joaquín Cordero, Ana Bertha Lepe y Andrés Soler. La filmación duró sólo once días: del 12 al 23 de marzo de 1962. Tres días después, ya se estaba rodando la secuela: El terrible gigante de las nieves, que con el mismo elenco, se filmó también en once días: del 26 de marzo al 6 de abril. No es difícil adivinar que once días era el plazo que los productores daban al realizador. Ni uno más. Como pueden ver, la industria del cine nos buscaba en ningún momento hacer un producto artístico, buscaba un producto barato que atrajera a las masas. Buscaba dinero.

Sin embargo, en tiempos modernos, se ha visto lo malo del cine de luchadores como algo accidental. Como si los productores pensaran que habían hecho algo digno del Oscar, y en respuesta, era menester tratarlos con compresión, con indulgencia, quizá con ternura, siendo que la verdad es que estaban totalmente conscientes de su creación barata y sin sustancia. Esto se ha traducido en querer repetir ese mundo fantástico en películas de lucha libre modernas, que francamente se ven totalmente fuera de lugar, y agradan solamente al sector del público que ha encumbrado los desatinos de tiempos pasados.

► Santo en el museo de cera

Santo en el Museo de Cera

Con todo eso en mente, comencemos nuestro análisis de Santo en el museo de cera, que obviamente está inspirada en Los crímenes del museo (The Mystery of the Wax Museum, 1933), de Michael Curtiz, y su segunda versión: Museo de cera (House of Wax, 1953), de André de Toth, con Vincent Price.

Los museos de cera siempre han despertado la curiosidad y el morbo de los espectadores. El arte de crear de la nada figuras idénticas a seres humanos, ha sido motivo de inquietud y fuente de historias que aseguran que debajo de la capa de cera, se encuentra un cadáver. Esas historias no sólo se las creen los niños, así que no es de extrañarse que el tema sea tan recurrente (hace pocos años, el director catalán Jaume Collet-Serra dirigió en Hollywood una nueva –y desafortunada—versión de House of Wax).

Santo en el Museo de Cera

Santo en el museo de cera comienza con un prólogo que introduce al espectador en la trama de suspenso. Por una calle solitaria, un joven avanza sin saber que es acechado desde las jardineras de un parque cercano por un tipo malencarado (interpretado por el luchador español Fernando Osés). Con un golpe en la nuca, Osés derriba al muchacho y se lo lleva en hombros.

Santo en el Museo de Cera

De inmediato, la orquesta dirigida por Raúl Lavista, sube el tono de su melodía para presentar los créditos, que comienzan con el del protagonista. Su nombre está escrito con un signo de interrogación, al igual que en Santo contra las mujeres vampiro. El titulista de ambas cintas es Eduardo Mendoza, quien probablemente buscó enfatizar el misterio de la máscara o hacer aún más evidente que Santo no es el nombre real del actor.

Ahora conoceremos al misterioso doctor Kurt Walter Karol, un artista de origen alemán que tiene su propio museo de cera en la zona de Coyoacán. La galería es pequeña, como puede verse por su horario (sólo abre cuatro horas al día) y por el hecho de que todo indica que tiene únicamente un empleado: el portero. El doctor Karol, en persona, funge como guía. Karol es interpretado por el genial actor Claudio Brook, quien en ese entonces contaba con 35 años de edad, y comenzaba a mostrar su madurez actoral. En House of Wax, Vincent Price se lleva la película, y Brook hace lo propio en Santo en el museo de cera. Sus intervenciones inundan la pantalla de tal manera, que al final deja la extraña sensación de que lo visto fue un monólogo.

Santo en el Museo de Cera

El doctor Karol presenta algunas de las figuras a los visitantes, comenzando con un miembro de la industria fílmica:

“La singularidad de las figuras de cera de este museo, reside en el procedimiento secreto con que yo las voy creando. Como figura representativa del mundo irreal de la pantalla, elegí la personalidad indiscutible de un actor que ha llenado las dos épocas de la cinematografía: Gary Cooper, el famoso astro norteamericano”.

En esos días aún se hablaba de dos épocas en la historia del cine. Karol continúa con las contrastantes personas de Mahatma Gandhi y Josef Stalin:

“Gandhi, el jefe del movimiento nacionalista hindú que se ocupó de la educación moral y civil de los jóvenes, preconizando la renuncia a la violencia para conseguir la libertad de su país… José Stalin. Aún hoy el mundo sufre las consecuencias de su asombrosa habilidad para crear el poder político y bélico que pone en peligro la paz del mundo”

Santo en el Museo de Cera

En aquellos años, muchos jóvenes idealistas debieron haber protestado por el parlamento de Brook, pues aunque todos respetaban la memoria de Gandhi (muerto en 1948), veían en Stalin al héroe que se oponía a los Estados Unidos y el capitalismo. El Partido Comunista Mexicano contaba con miles de afiliados devotos a la doctrina dictada por la Unión Soviética. Tuvieron que pasar décadas para que la desclasificación de archivos de la KGB le diera la razón a Brook, mostrando a Stalin como un monstruo del mismo nivel que Hitler.

El doctor Karol muestra una más de sus obras:

“Esta figura que están viendo representa a Guillotin, el inventor de la guillotina… Y como macabra paradoja, el primer ajusticiado en su propio invento”.

Los argumentistas cayeron aquí en un error común de la historia no especializada, donde lo más heroico, romántico o poético se acepta como hecho. El doctor Joseph-Ignace Guillotin fue un miembro del parlamento francés que en 1791, en los tiempos de la Revolución Francesa, propuso que se utilizara como pena capital la muerte por un artefacto que ya existía (llamado “patíbulo de Halifax” en Inglaterra y “doncella escocesa” en Escocia). El parlamento aceptó la idea de Guillotin, y perfeccionaron la tecnología, creando un aparato al que llamaron “Louison”. La prensa y el pueblo, sin embargo, comenzaron a llamar “guillotina” al artefacto, y hasta la fecha así lo conocemos. El doctor Guillotin murió de causas naturales en 1814.

Karol sigue mostrando figuras como Pancho Villa y Henry Désiré Landrú, el asesino serial francés de principios del siglo XX, a quien el propietario del museo describe como “un ser diabólico, pero sin duda de una innegable personalidad y poseedor de un extraño atractivo para el sexo femenino”. En esos momentos, entra al museo Susana Mendoza (Roxana Bellini), fotógrafa de prensa, que solicita a Karol un permiso para realizar un reportaje grafico. Mientras Karol invita a los visitantes a bajar a otra galería, uno como espectador puede tomarse la libertad de deducir que tarde o temprano las figuras del museo cobrarán vida, surgiendo la esperanza de ver a Santo enfrentando a Gandhi, Stalin y Gary Cooper.

El doctor Karol anuncia: “Ahora vamos a llegar a la galería en la que he reproducido los más grandes monstruos de la historia, debidos a la creación de la diabólica mente humana”, y en una sala que simula una caverna, empieza a mostrar sus figuras, comenzando con la de Mr. Hyde, el alter ego del Dr. Jeckyl en la novela de Robert L. Stevenson. Como hizo en el caso de Landrú, Karol vuelve a proyectar su verdadero ser al describirlo: “Cobraba vida el monstruo que había latente dentro de él, y que seguramente hay dentro de cada ser humano”

Después de mostrarle al público al monstruo de Frankenstein, el doctor Karol los lleva con una figura no reconocible, algo que podría ser un humano en estado salvaje. Karol dice que es “la bestia sanguinaria”, y la explicación que ofrece de él es cantinflesca: “la forma salvaje que tomaba el séptimo hijo varón en los periodos de luna llena, porque el primero de la dinastía había sido mordido en las montañas del Tibet por el abominable hombre de las nieves”.

No se explica por qué el doctor Karol perdió la sobriedad al hablar y dijo algo tan ambiguo de esa “bestia sanguinaria”, pero lo que sí queda claro es que es la primera de las figuras interpretada por un actor. Cualquiera se da cuenta de eso, y no es por la caracterización de bajo presupuesto, sino porque jamás deja de moverse, tambaleándose más que los visitantes al museo. Tampoco nadie se explica por qué Susana decide, de entre todas las otras figuras, tomar fotografías de esa “bestia sanguinaria”, la más simplona de todas.

Santo en el Museo de Cera

Mientras Susana imprime su gráfica de la “bestia sanguinaria”, Karol muestra a los visitantes la figura de Cuasimodo, el jorobado de la catedral de Notre Dame. Tras ello, se acerca a la fotógrafa, quien le dice que el trabajo se llevará varios días y que el reportaje será escrito por Ricardo Carbajal, “un periodista extraordinario”. Carbajal es interpretado por Rubén Rojo, y en la historia es el prometido de Gloria (Norma Mora), la hermana de Susana.

Después de esta introducción del escenario principal y de Karol, verdadero protagonista del filme, conocemos a Ricardo y a Susana. Es evidente que las hermanas viven juntas y Ruben visita a su novia en ese lugar. En la siguiente escena, conocemos al profesor Armando Galván (José Luis Jiménez), quien es derrotado en un juego de cartas por Karol. Éste resulta ser un gran amigo de Galván, quien a su vez, es aliado de Santo, el Enmascarado de Plata. De esto se da cuenta Karol cuando su amigo recibe una “llamada” a través de un “localizador electrónico”. Al encenderlo, usa el sintonizador de una enorme pantalla para visualizar al luchador, quien desde su convertible le informa que una misión se ha cumplido:

Santo en el Museo de Cera

— ¿Qué fue lo que pasó?
— La muerte por envenenamiento de su colega, el profesor Ruanova, no fue ni suicidio ni accidente; fue un crimen por venganza cometido por unos agentes extranjeros que ya están en manos de la policía.
— Era lo que yo suponía. No sabe cuánto le agradezco, Santo.
— No tiene que agradecerme nada, profesor. Ya sabe que cuenta conmigo siempre que lo necesite.

Por supuesto, el doctor Karol indaga sobre lo que acaba de presenciar:

Santo en el Museo de Cera

— ¿Quién es ese hombre?
— Es un hombre extraño, de los que ya no quedan en este mundo.
— Creí escuchar que lo llamaba “Santo”.
— Sí, doctor. Es el legendario Enmascarado de Plata. Más que un luchador famoso, es un incansable aliado de la justicia para combatir la maldad y el crimen.
— Creí que ya no existían hombres así… Y dígame, profesor, ¿conoce usted su identidad?
— Jamás he visto su rostro. Su identidad es una incógnita, pero todo aquel que luche por una causa noble, tendrá en Santo un amigo.

Es de noche. Susana acude al museo de cera y se dirige directamente a la galería del horror. El doctor Karol la citó a esa hora para poderla atender mejor. La chica vuelve a fotografiar a la “bestia sanguinaria”, quien sigue moviéndose como barco en altamar. Sin crédito en la cinta, el monstruo que no se puede quedar quieto es interpretado por el Indio Cacama, rudo luchador de la época de oro, al igual que los demás adefesios de cera que cuentan con vida propia.

n un momento tomado de las cintas de horror hollywoodenses, el doctor Karol se acerca, pero sólo sus pies son tomados por la cámara, y cuando llega hasta la reportera, casi le provoca un infarto. “¿La asusté?”, inquiere el artista. “Francamente sí, doctor”, musita ella. Karol se pone a sus órdenes, y el diálogo que sigue tiene en los parlamentos de Susana meros auxiliares para lo que en realidad es un soliloquio de Claudio Brook. El delgado actor sienta las bases para interpretaciones posteriores donde también él será pieza central: la inacabada Simón del desierto (1965) de Luis Buñuel y El castillo de la pureza (1973), de Arturo Ripstein.

Santo en el Museo de Cera

— ¿Realmente existieron (los personajes de las figuras) o es pura fantasía?
 La fantasía es hija de la realidad, señorita Susana. Yo opino que todo lo inventado por la imaginación ha existido o existirá (le muestra una figura).
— El fantasma de la ópera, ¿verdad?
— Exactamente. Usted conoce la historia de su amor por una cantante, a quien rapta llevándola por los oscuros corredores del teatro.
— Dígame, doctor, ¿qué idea lo impulsó a coleccionar esta galería de monstruos?
— El hombre se vanagloria de ser el único animal racional, creado a imagen y semejanza de Dios. Esta galería nos hace recordar que en la especie humana hay seres que son mucho más abominables y más salvajes que los peores animales; ¡monstruos que no son solamente en lo físico, sino también en lo mental!… Más de diez años de mi vida me ha tomado crear esta galería. He tenido que investigar, estudiar, recopilar datos, leyendas, testimonios para conseguir una fidelidad exacta en estas figuras.
— Se siente usted muy orgulloso…
— Francamente sí, señorita Susana.
— He notado una cosa curiosa, doctor, ¿por qué no existe ningún monstruo femenino?
— Sí existe. Aunque no es de los que han adquirido mayor popularidad, entre mis proyectos tengo planeado hacer la figura de la “mujer pantera”, y ya cuento con toda la documentación.
— ¡La mujer pantera! Me parece espeluznante.
— No veo por qué. Mis figuras son solamente de cera. Si el hombre pudiera mostrar en su rostro la monstruosidad de su alma, le aseguro que sería más deforme que cualquiera de estos seres.
— ¿En qué se inspira para crear sus figuras?
— En las ocultas pasiones humanas. En el hombre mismo sin su máscara de falsedad… ¿No le gustaría visitar mi laboratorio?
— Tal vez otro día.
— Le aseguro que le apasionará ver cómo voy creando estos personajes. Cómo voy moldeando la cara… Cómo va naciendo el gesto, el rictus de crueldad y angustia al mismo tiempo…

La chica se asusta en verdad ante la pasión que muestra el doctor Karol. Se rehúsa a visitar el laboratorio y se marcha, quedando el alemán contrariado. La alegoría del fantasma de la ópera se une a las del asesino Landrú y el señor Hyde para dar pistas de la compleja psique del artista. Se hace evidente que las figuras representan la terapia autoimpuesta por el personaje de Brook.

Susana se va caminando por la calle que vimos al principio del filme, y en un parque es secuestrada por el misterioso tipo que interpreta Fernando Osés. La cámara de Susana queda tirada en el parque y es encontrada por dos viejecillas que acaban de salir del rosario. Una de ellas se aventura a llevar la cámara a la dirección que aparece en ella, viajando desde Coyoacán hasta San Ángel, donde Gloria y Ricardo están preocupados; de hecho ya telefonearon a Karol, quien les dijo que Susana abandonó el lugar un rato antes. Con la cámara de Susana, los novios están seguros que algo les pasó, así que dan parte a la policía. El caso se integra al de otras dos desapariciones de personas que también acudieron al museo de cera.

Cuando el inspector, Gloria y Ricardo visitan a Karol, éste les dice que todo podría tratarse de un plan para perjudicarlo. Indignado por el interrogatorio, Karol hace una visita a su amigo, el profesor Galván, a quien le pide lo contacte con Santo. Al accionar el localizador y la pantalla, aparece el luchador en una arena, a punto de luchar. “Tendremos que esperar a que termine. Luego le pediré que vaya a verlo al museo”, dice Galván, y a continuación, veremos la primera de tres luchas que aparecen en la película.

El rival de Santo en este mano a mano es Rodolfo “Cavernario” Galindo. Antonio Padilla “Picoro” anuncia el match, que es refereado por Roberto “Güero” Rangel. La película quiso explotar la legendaria fiereza de Galindo al defenderse de una agresión de un grupo de aficionados. El “cavernas” incluso pone quieto a uno de ellos con una quebradora. No obstante, esa fiereza no le ayuda a aguantar la llave de a caballo, con la que pierde la primera caída. Cavernario se defiende en la segunda: rodillazos, cabezazos, jabs. Los ímpetus del rudo son reprimidos con un par de topes al estómago seguidos del toque de espaldas para el dos al hilo.

Santo acude a la cita con Karol, quien le suplica ayuda para encontrar a quien intenta dañarlo. Al fondo de la habitación, aparece Osés, quien arroja una daga que se encaja a unos centímetros de Karol. Santo inicia una persecución, interceptando a Osés en el jardín de la mansión. Comienza una pelea.

Uno de los elementos que menos me agradan de las películas de luchadores son las peleas con los secuaces de los villanos. Por lo general, éstos eran interpretados por luchadores, y lo que se veía en pantalla era una lucha. Eso está bien en concepto, pero la lucha resultante hace ver al héroe como todo menos como ser superior.

Santo en el Museo de Cera

Cuente usted los golpes que cualquier zombi de baja categoría le da a Blue Demon o a Mil Máscaras antes que sea derrotado. Muy diferente a lo que se hacía en otros países, donde el héroe (Batman, el Halcón Negro o el Avispón Verde) podía vencer por sí solo a una horda de rufianes, causando gran emoción entre los espectadores.

Santo comienza estrangulando a Osés, pero éste se zafa con facilidad, lanzándole un gancho al enmascarado, que derribado, apenas puede defenderse. Por fin se incorpora, dándole un tope en el estómago y dos derechazos. Osés no se cae, pero responde con un simple puñetazo que manda al suelo al Santo. La riña sigue la misma tónica.

Santo en el Museo de Cera

Karol sale al balcón, pero después de un rato, seguramente aburrido por la exhibición, se retira, mientras Osés, que no es zombi ni tiene poderes especiales, estrangula al indefenso luchador. Santo consigue salirse, domina por unos segundos la situación, y de nueva cuenta está siendo estrangulado por Osés. Finalmente, Santo aplica martillo al brazo que Osés se quita con una zancadilla, y decide, acto seguido, escapar entre las sombras. El Enmascarado de Plata no lo persigue, optando por informarle a Karol lo sucedido.

Santo allana la vivienda de Susana para robarse llevarse la cámara. En eso, la puerta se abre y el luchador ataca, inmovilizando a Ricardo con una llave. Al encenderse las luces, lo suelta y pide disculpas. ¿A quién esperaba? ¿Quién más podría acudir sino los habitantes del lugar? Cuando les explica que está ahí buscando evidencias, Ricardo dice una verdad enorme: “No era necesario entrar a escondidas al departamento”.

Santo en el Museo de Cera

Por alguna extraña razón, Ricardo y Gloria confían en una persona extraña que encuentran en su departamento, y que encima oculta su rostro. Ricardo está más informado que Santo: Sabe que Karol es un “eminente cirujano europeo” que estuvo en el campo de concentración de Auschwitz, donde permaneció hasta 1945, emigrando posteriormente a Estados Unidos. “Años después, le explotó un alambique, quemándolo con ácido”. Escapó del hospital y no se supo nada de él, hasta que tres años después apareció en México inaugurando su museo de cera.

Hay ciertos paralelismos entre esa historia y la de Los crímenes del museo, donde Ivan Igor (Lionel Atwill) es dado por muerto en un incendio del museo de cera de Londres, reapareciendo años después en New York con su propio museo. La misma trama es empleada en Museo de cera, donde el nombre del villano desfigurado es el de Henry Jarrod.

Según Ricardo, el rostro de Karol debería estar desfigurado por el ácido, deduciendo entonces que alguien más lo ha suplantado. Santo no parece darle mucho crédito a esa información, y acude al museo con el profesor Galván. Karol les muestra un anónimo donde alguien amenaza con seguir con los crímenes e incluso quemar el museo. Santo se lleva el papel, mientras Galván le pregunta a su amigo si sabe de alguien que quisiera hacerle daño. Es entonces cuando Karol le cuenta su historia, confesando que efectivamente estuvo en Auschwitz y que denunció a “un grupo de compatriotas” con tal de salvar su vida. Karol afirma que el deseo de venganza de esos compatriotas los ha hecho seguirlos, provocando en 1950 la explosión en su laboratorio de Estados Unidos. En esa ocasión, Karol alcanzó a taparse el rostro con las manos. Esa es la razón por la que siempre usa guantes. Enseguida, se descubre el pecho, mostrándolo totalmente desfigurado por el ácido.

Santo en el Museo de Cera

Mientras tanto, Santo descubre que el papel donde fue escrito el anónimo, era originalmente un folio membretado del profesor Galván, cosa que lo incrimina en las desapariciones.

Santo enfrenta en la arena al Tigre del Ring, quien le causa más problemas que el Cavernario. Aún así, el héroe gana la lucha después de una serie de tres costalazos y un tope atómico.

Santo en el Museo de Cera

 

Posteriormente, conocemos el laboratorio secreto del doctor Karol, al cual se llega accionando una palanca que se encuentra en la galería de monstruos. La palanca es visible para todo mundo, así que el escondite no es tan secreto. El doctor por fin se deja ver como villano: tiene encerrado al profesor Galván, a quien le confiesa que lo ha incriminado en las desapariciones, y que ahora tendrá que matarlo. El ejecutor es Osés, y entre él y el otro secuaz lo arrojan a la cera hirviendo. Ese segundo ayudante es Nathanael León Moreno “Frankenstein”, cuyo crédito en esta cinta es el de “León Moreno”.

Las deformes manos de Karol toman los bocetos para su figura de la mujer pantera, mientras Osés trae a Susana, quien aún continúa con vida. Karol la observa y susurra:

— ¡Tan hermosa! Cutis suave como pétalo, que pronto será áspero, agrietado… Una boca tan perfecta, que se convertirá en una mueca deforme, cruel…

De pronto, se escuchan aullidos. Algunas de las figuras han cobrado vida. Se adivina que sucede eso cada noche: las figuras que en realidad tienen cuerpos humanos, despiertan como autómatas a determinada hora. Karol inyecta algo a la “bestia sanguinaria”, una droga que seguramente los mantiene en estado cataléptico.

Santo no cree en la culpabilidad del profesor Galván, así que le pide al comisario que clausuren momentáneamente el museo de cera. El museo es cateado, e increíblemente, los policías no ven la palanca que acciona la entrada secreta al laboratorio. Santo, en tanto, revela el rollo fotográfico de Susana. Ricardo le habla por teléfono, diciéndole que consiguió una fotografía tomada a Karol en 1945, y que le sorprende que se ve exactamente igual, como si el tiempo no pasara para él. Santo “le da el avión”, cambiando el tema y diciendo que piensa que Karol pidió sus servicios para que no sospecharan de él. Karol observa todo desde la casa de Galván, gracias a la pantalla mágica. Finalmente, Santo se da cuenta que estaba siendo espiado, y se despide para ir a luchar.

Está vez el rival de Santo es Benny Galant. Éste había rapado al Cavernario unos meses antes de la filmación de la cinta, y en esos momentos sostenía una rivalidad con Santo. De hecho, tres meses después, el 26 de abril del 63, lo rapó en la Arena México.

Galant utilizaba el personaje de exótico que popularizaran Gorgeous George y Gardenia Davis, y sin duda fue clave de su éxito en nuestro país, donde permaneció varios años. Aunque era anunciado como francés, Galant era en realidad originario de Sevilla, España, y su nombre verdadero era Benito Galán.

De las tres luchas mostradas en esta cinta, sin duda alguna la de Galant fue la mejor. Ni la pelea de Galindo con los aficionados bravucones pudo superar los gestos del exótico para hacerse ver como villano. También Santo se mostró como un mejor combatiente, más agresivo y decidido. ¿Por qué no actuó así ante Osés?

En un par de ocasiones, le aplicó a Galant su propia versión de la powerbomb, antes que ese castigo fuera tan conocido.

Santo en el Museo de Cera

Además, nos muestra la manera correcta de ejecutar el látigo irlandés para hacer rebotar al rival en las sogas: se toma el brazo del contrario con ambas manos y se le arroja con toda la fuerza posible, causando un efecto de trompo para que sea la espalda lo que golpea las cuerdas. Hoy en día, el látigo irlandés ha dado paso a la famosa “palmadita en la espalda” con la que el contrario sale disparado a las cuerdas sin ninguna explicación lógica.

Santo en el Museo de Cera

Santo gana la primera caída con la de a caballo; Galant se recupera, con rudezas, en la segunda caída. El plateado le responde mostrándole sus conocimientos en los artes de la violencia; Galant se desespera cuando Santo esquiva sus embates una y otra vez. En un momento clave, el europeo es obligado a salir en bandera y finalmente es rematado con un tope suicida. El Güero Rangel cuenta los veinte segundos y el encuentro termina ante la algarabía del público.

Regresando al escondite del doctor Karol, nos enteramos que Susana ha despertado y que el científico le inyecta periódicamente el líquido para provocarle estados catalépticos. La chica dice preferir morir antes de ser transformada en figura de cera. Karol le responde: “¡Morir! ¡Eso sería demasiado fácil! ¡Tienes que pagar el crimen de ser bella!”.

Santo regresó de la arena y está en su laboratorio descubriendo que la “bestia sanguinaria” está en una posición distinta en las fotos tomadas por Susana. Frankenstein y Osés llegan al lugar, pues Karol les ordenó que mataran al encapuchado. Éste logra oponer resistencia por breves segundos, pero si con Osés no pudo, ante los dos esbirros termina tirado ante una lluvia de patadas. Para suerte suya, parece que los dos tipos no son muy brillantes, pues aunque la orden fue que lo mataran, tras las patadas que le dan a Santo, ¡salen corriendo hacia la calle! Santo se incorpora y va tras ellos, alcanzándolos en un parque donde sufre otra golpiza. Cuando tiene dominado a Osés, Frankenstein saca un cuchillo y se lo lanza por la espalda. Los dos maleantes se van, dándolo por muerto, e informando de ello a su jefe.

Fingiendo la voz de Santo, Karol cita a Ricardo en la casa del profesor Galván, donde supuestamente tiene las pruebas incriminatorias. Ricardo, que ha demostrado ser el gran detective de la historia, se da cuenta del engaño y telefonea a Gloria para que dé parte a la policía si algo sale mal. Además, se lleva un revolver que extrañamente guarda en su escritorio de la redacción del periódico.

Desde la pantalla mágica de Galván, el doctor Karol observa cómo El Santo es declarado muerto. Es un engaño perpetrado por el plateado, que aun con la herida, parte hacia el museo. Entre tanto, Ricardo es capturado, pues no contaba con el ataque traicionero de Frankenstein. Karol fue previsor también con Gloria. Osés la sorprende y la rapta antes que puede hablar a la jefatura de policía.

“No todas las figuras de mi museo son de cera. Algunas son seres humanos, monstruos vivientes que yo despierto y hago dormir a mi capricho”, es la confesión que Karol le hace a Ricardo y a Gloria, quienes están ya en su laboratorio. La intención del villano es que sean testigos de la transformación de Susana. “¡Calienten la cera!”, le ordena a sus sicarios. “¡Santo ha muerto!”, celebra diciendo cuando Ricardo nombra al luchador como su próximo vengador.

Santo en el Museo de Cera

En su veloz convertible, el Enmascarado de Plata se dirige hacia el museo de cera, mientras Karol explica el proceso por el cual Susana será convertida en figura de cera sin morir, pues ha preparado su organismo para resistir la metamorfosis. Tras ello, grita sus motivaciones:

— “Quiero que conozcan el sufrimiento. Ustedes no saben, no pueden comprender la tortura de aquellos largos interrogatorios en el campo de concentración de Dachau. ¡Hasta dónde puede llegar la mente humana en su sadismo, en la búsqueda de las formas para torturar a un hombre!… Todo lo que me hicieron… Cómo me destrozaron… ¡Nosotros sufrimos la guerra! ¡Una guerra cruel, despiadada, inhumana! ¡Una guerra de la que ustedes sólo han oído hablar, pero sin sentirla en carne propia! Yo he sufrido hasta el límite, hasta sentir que mis venas querían estallar, y mi único consuelo es recrearme viendo el dolor de los demás… Por eso no quiero matarlos todavía. Quiero gozar viendo a mi alrededor la angustia, ¡la desesperación!… Les causo miedo, ¿verdad? Ese miedo que tuve durante años a mis verdugos. Ese mismo miedo quiero que sientan los demás, ¡todos los demás seres de la tierra! El ser humano es un monstruo, como lo demostraron quienes me torturaron… Entonces, ¿por qué no demostrar en su rostro lo que es su alma? Por eso quiero crear un mundo de seres físicamente deformes; de seres en cuyo rostro se vea al monstruo del apocalipsis: ¡el hambre, la peste, la guerra y la muerte!”

Gracias a ese largo parlamento, Santo puede llegar al museo a tiempo. Karol ha dejado más que claro que está completamente desequilibrado, al grado de confundir los campos de concentración. Primero había dicho que estuvo en Auschwitz; ahora mencionó el campo de Dachau, en Munich.

Santo encuentra una entrada diferente al laboratorio ubicada en el techo de la mansión. Baja las escaleras y se topa con una ventana, la cual rompe, entrando espectacularmente con un tope sobre Frankenstein, para luego quitar a Susana de la regadera de cera hirviente.

El plateado desarma a Karol, y nuevamente se enfrenta a Osés y Frankenstein, en otra batalla que domina sólo por momentos. Finalmente logra vencerlos. A Osés lo arroja en la caldera de cera, mientras que Frankenstein muere electrocutado al ser arrojado a una caja de controles.

El científico loco, mientras tanto, ha acudido a despertar a sus monstruos para que peleen con Santo. No tiene que esforzarse mucho el plateado, pues enfurecidos por los latigazos de Karol, los monstruos encabezados por Cacama deciden matarlo, dándole tiempo al héroe para regresar con Ricardo, Susana y Gloria. Los monstruos lo siguen, pero para su fortuna no tienen las habilidades de Osés y Fankenstein, así que los apila y les arroja encima la cera de la caldera.

Llega la policía y todo queda aclarado. Sin nada más que decir, Santo sube a su convertible, se despide de todos y se aleja, no sin antes decir “No soy más que un fiel servidor de la justicia y el bien”.

Santo en el Museo de Cera

Quedaron en el aire dos datos que dio Ricardo: El primero, que el parte médico posterior a la explosión de la que fue víctima el doctor Karol en Estados Unidos, afirmaba que tenía el rostro desfigurado. El segundo, que a juzgar por la foto de dos décadas atrás, el doctor Karol parecía no envejecer. Lo más seguro es que el final planeado originalmente era similar a los mostrados por las películas predecesoras Los crímenes del museo y Museo de cera, donde se descubre que el villano respectivo quedó desfigurado en el incendio, así que utiliza una máscara hecha de cera con la que aparenta estar con el rostro perfecto. La razón más probable de la omisión de esta escena en Santo en el museo de cera, seguramente se debió a cuestiones presupuestales. Así se ahorraron el maquillaje para desfigurar a Brook y el efecto con el que se le rompería la máscara.

Ficha técnica:

Producción (1963): Filmadora Panamericana, Alberto López; gerente de producción: Luis García de León; jefe de producción: José Alcalde Gámiz.
Dirección: Alfonso Corona Blake; asistente: Mario Cisneros.
Argumento y adaptación: Fernando Galiana y Julio Porter.
Fotografía: José Ortiz Ramos.
Música: Sergio Guerrero.
Sonido: Luis Fernández.
Escenografía: José Rodríguez Granada; maquillaje; Román Juárez.
Edición: José W. Bustos.
Intérpretes: Santo el Enmascarado de Plata (ídem), Claudio Brook (doctor Karol), Rubén Rojo (Ricardo), Norma Mora (Gloria), Roxana Bellini (Susana), Fernando Osés (esbirro), José Luis Jiménes (profesor Galván), León Moreno (esbirro), Jorge Mondragón (jefe de policía), Victorio Blanco (portero), Víctor Velázquez, Concepción Martínez, Cesáreo Cruz, Salvador Casto, Juan Garza, Mario Texas, Benny Galant, Cavernario Galindo.

Filmada del 2 al 22 de enero de 1963 en los estudios Churubusco. Estrenada el 20 de junio de 1963 en los cines Orfeón y Coliseo (una semana). Duración: 92 minutos. Autorización: A.

Bibliografía:
Emilio GARCÍA RIERA
Historia Documental del Cine Mexicano, tomo 11
Universidad de Guadalajara, 1994

Edición en DVD:
Alter Films
www.alterfilms.com

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