Santo, el Enmascarado de Plata, a 40 años de su muerte

El siguiente texto fue publicado en la edición #44 de SÚPER LUCHAS (2 de febrero de 2004), con motivo del vigésimo aniversario de la muerte de Santo, el Enmascarado de Plata, y que hoy reproducimos en conmemoración de los 40 años de dicha pérdida.

Por FERNANDO GÓMEZ ARIAS

En el inminente 5 de febrero se cumplirán 20 años de la desaparición física de Rodolfo Guzmán, conocido universalmente como Santo. Luchador—y tanto como luchador, personaje de inmensa popularidad en México y en otras partes del mundo—, que no ha muerto en el corazón de muchos de sus fans.

Estos podrían dividirse en varias especies. Los que por su edad, le vieron en acción en los cuadriláteros y fueron testigos de como el humilde y desconocido luchador de Tulancingo, Hidalgo, llegó a la capital del país para convertirse, a través de un difícil camino de esfuerzo y carácter, en uno de los mejores gladiadores de México. La lucha libre ganó con la presencia de Santo, tanto como había ganado con la aparición de tantos otros héroes del principio de este esplendido entretenimiento-deporte-espectáculo, tales como el Yaqui Joe, Tarzán López, Firpo Segura, el Charro Aguayo, etcétera.

El vigésimo aniversario del fallecimiento del memorable luchador, marca, pues, un hito de gran relevancia en la historia de nuestra lucha libre. Su magnifico tránsito por el deporte no se olvida. Menos aún, cuando a lo que realizó en el ring —convirtiéndose de rudo temible y aguerrido a luchador de limpia y acendrada técnica, adalid de las «buenas causas» en el cuadrilátero, héroe de muchísimas batallas y hasta campeón nacional, primero, y después campeón del mundo de peso medio—se le debe añadir su pronta aparición en otros campos.

Cuando se hizo incontenible su presencia en el ring, cuando creció su personalidad y se convirtió en ídolo de multitudes, trascendió en otros terrenos: fue el primero el de los cómics, en los que imperan, absolutos, los grandes héroes.

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Santo Lourdes Grobet
Santo, el Enmascarado de Plata | Foto de Lourdes Grobet.

Después, la cinematografía, ávida de personajes legendarios, llevó a la pantalla las proezas del luchador que va más allá de sus quehaceres deportivos para convertirse en defensor de todas las causas nobles que hay sobre la tierra.

Las películas de Santo, que todavía hoy se ven e las pantallas chicas, tuvieron un enorme recorrido por las salas cinematográficas del mundo. En Francia, críticos solventes se refirieron al Santo en un estudio a fondo sobre las resonancias filosóficas, éticas y decididamente espectaculares de este personaje surgido del ring para encarnar, posteriormente, al héroe de épicos episodios.

Y hoy, a 20 años de su muerte, Santo sigue ocupando un sitio trascendental entre los diez personajes mas populares del México moderno. Así lo señalan varias encuestas realizadas al efecto. Y, no olvidemos, hoy se vive la época de los censos y consensos, en los que parece siempre Santo como uno de los personajes que sobrevive a los tiempos y a las épocas.

Pero más allá de todo lo que representa Santo en el mundo de lo mítico legendario, hay otro fenómeno que también merece estudio. Sigue siendo, y esto no es no la consecuencia de su celebridad y popularidad, un fenómeno económico y financiero. Sus filmes siguen explotándose. Su personaje en el ring fue tomado por el menor de sus hijos, lo que nos hace reflexionar en una verdad rotunda: el destino, a veces la suerte, hacen al héroe. Esto en complicidad con las virtudes cardinales del hacedor de proezas, al capaz de influir al prójimo con su presencia, al que tiene los poderes de ennoblecer la vida y darle un carácter épico saludable.

Santo

Los griegos, que todavía no tienen palabra para designar a la persona y a la conciencia, fundamentos del nuevo orden, siguen disponiendo en cambio de un conjunto de conceptos precisos para designar fortuna (tyché), la parte destinada a cada cual por el destino (moira), el momento favorable (kairos), es decir, la ocasión que, estando inscrita en el orden inmutable e irreversible de las cosas, y precisamente porque forma parte de él, no se reproduce. El nacimiento constituye entonces algo así como el billete de una lotería universal y obligatoria, que asigna a cada quien una suma de dones y de privilegios. De éstos, unos son innatos y los otros sociales. Semejante concepción a veces es más explicita; en todo caso, está más difundida de lo que se piensa.

Entre los indios de la América Central, cristianizados, sin embargo, desde hace varios siglos, se admite que cada cual nace con una suerte personal. Ésta determina el carácter de cada individuo, sus talentos, sus debilidades, su categoría social, su profesión y finalmente su suerte, es decir, su predestinación al éxito y al fracaso, su aptitud a aprovechar la ocasión.

En el caso concreto de Santo, su destino estaba determinado en el gran libro de la vida. Pero él tuvo que contribuir a su éxito con sus dones personales, con la fuerza de su carácter forjado por si mismo a través de los años pobres de la infancia, de la adolescencia y de los primeros pasos en la lucha libre. Lo demás, hasta su exaltación como personaje principalísimo de la lucha libre y del espectáculo en general, fue la consecuencia de su propia capacidad para agarrar las oportunidades al vuelo, a su afán de perfeccionamiento y, desde luego, a su suerte para dar siempre en el clavo. 

LA LUCHA SIGUE...
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