A 30 años: la lucha libre se hace escuchar en el OTI — Blue Demon y Jaime López en franca rebeldía

 

 

Publicado originalmente en Castálida #54 (primavera 2015).

Castálida #54 (primavera 2015).
Castálida #54 (primavera 2015).

 

Para Sandrita («deja darte una ilusión; al menos ése es mi mundo»)

La lengua de Cervantes, con el suceder de los años, se ha transformado en muchos idiomas, aderezado por influencias externas, pero sobre todo internas, llenando de coloquialismos un idioma que, en México, ahora podríamos llamar de Sor Juana, o quizá, mejor aún de Piporro o de Chava Flores.

México ha cambiado mucho en las últimas tres décadas, sobre todo a raíz del trágico terremoto del 19 de septiembre de 1985. Las percepciones son diferentes: lo que antes era mal visto hoy nos hace una ciudad de vanguardia; lo que antes era algo populoso o, mejor dicho, naco, hoy en día es atractivo turístico y motivo de orgullo. Tal es el caso de nuestra lucha libre mexicana, que durante la primera mitad del siglo XX, y buena parte de la segunda, pasó de ser el centro de reunión de la gente con menores ingresos económicos –jodidos, pues—a un espectáculo de luces, edecanes y algo snob hoy en día. Muchos factores influyeron en ese cambio, algunos externos, otros tantos internos.

Castálida #54 (primavera 2015).
Castálida #54 (primavera 2015).

Cuando aún se podía hablar de que la lucha era ese espectáculo deportivo populachón, pasaban otras cosas parecidas en otras escenas, como en el rock, que tras varios intentos y la sangre, sudor y liras de muchos se negaba a terminar de ser enterrado por el poder de censura castrense de los gobiernos del priato, en los infames hoyos funkies.

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«En el principio fue el bolero» Jaime López en los 80’s

Sin embargo ese movimiento antisocial poco a poco empezó a tomar forma e identidad, y de él comenzó a emerger verdadero talento. Gente como Botellita de Jerez, Rockdrigo González, Alejandro Lora, Guillermo Briseño, entre muchos, otros comenzaron a retratar ese estilo pícaro y propio de la Ciudad de México. Pero un poco antes, abriendo brecha con su che, estuvo un tamaulipeco llegado al Distrito que comenzó a cantar sus rolas llenas de sátira chida y realidad chorreante con la misma che que fue bautizado en este colectivo como Chilango, uno de los que más lustre le han dado a ese vocablo y a la che brincante, cual chapulín, ese hombre de nombre Jaime López.

López sorprendió a propios y extraños cuando en 1980, junto a Emilia Almazán y Roberto González saltaron al mercado discográfico con un LP que no era trova de peña ni rock de hoyo funkie, sino una mezcla de las dos cosas, aunque completamente diferente a ambas. Con letras en español inteligentes y punzantes, abriendo el camino para varios más que pocos años después serían conocidos como “rupestres” (él siempre se ha excluido de ese movimiento).

Jaime, contrario a las cuadraturas, desde siempre buscó ir más allá, seguir experimentando con las seis cuerdas de su guitarra, con otros ritmos, de otras formas, con los sonidos de esta ciudad que nunca está callada ni encallada, y de la cual surgen sus historias cantadas, o, como él mismo define, “tarareadas medio platicadas” que retratan al obrero que tiene que pagar medio día de sueldo para llegar en taxi apurado a la chamba en La primera calle de la Soledad o las comadres chismosas de Lo que te voy a platicar, al clásico Mequetrefe del De eFe que habita en muchas esquinas, el también galán de barrio evocado en Malafacha, ya ni se diga en la posterior Chilanga Banda, inmortalizada por Café Tacuba.

Por su parte y en esos tiempos, la lucha libre veía una segunda etapa de bullicio popular, pues la primera generación de grandes ídolos cedían la antorcha a nuevos jóvenes hambrientos de nuevas glorias y más proezas. Así, las ya figuras legendarias de Santo el Enmascarado de Plata, Cavernario Galindo, Gori Guerrero, Black Shadow y Huracán Ramírez alternaban y enfrentaban a voraces y ambiciosos nuevos valores con nombres como El Solitario, Perro Aguayo, Los Misioneros de la Muerte, Villano III y Canek.

Los ídolos de la llamada época dorada se iban con el reconocimiento de todos los que los vieron luchar. Pero aún quedaba un muro infranqueable, alguien que parecía eterno: Blue Demon.

Blue Demon, cuyo nombre de pila –lo sabríamos después—fue Alejandro Muñoz, era también norteño avecindado desde los cincuenta en el Distrito Federal, donde con su trabajo en los cuadriláteros se volvió en algo que, también sabríamos después, se puede definir como antihéroe, que no villano.

Demon levantaba pasiones en las arenas al ser el rudo más técnico o el técnico más rudo, según fuera el caso. Aunque chaparrón, su cuerpo era de hombros anchos y espalda grande. Sus manos, forjadas en el trabajo de ferrocarrilero desde niño, se convirtieron en el azote de sus rivales, quienes por esas caricias recibidas le comenzaron a apodar con mucho amor “el tosco” o “manotas”. Sus logros van desde cabelleras, máscaras, campeonatos e incluso alguna barba; es decir, en la lucha libre ganó todo lo que era ganable.

Blue Demon vs. Mano Negra

Su mito trascendió a las arenas luchísticas convirtiéndose en un titán en el cine, donde entre sus actos heroicos destacan que salvó a México -y al mundo entero—de miles de monstruos, científicos locos y demás infames malhechores.

La figura del Demonio Azul se yergue como el único que está dispuesto a quebrar las reglas por un beneficio social mayor. Una persona inteligente, y a la vez no sólo valiente, sino brava. Contestataria. Rival de los mejores, pero también su amigo abajo del ring. En franca venganza por lo que sintió un robo, pues Santo había desenmascarado a su mejor amigo, al cual llamaba hermano, Black Shadow, Demon emprendió una cruzada contra el plateado que trascendió el tiempo y la cual nunca tuvo fin. Aun en una arena puede uno preguntarle a los aficionados viejos sobre quién era mejor: Santo o Demon, y la pregunta generará polémica, pues a pesar de su rudeza, Demon era venerado, consentido. Su coraje representaba en buena medida al valor de esta raza mestiza.

Pintura de Blue Demon por Adam Copeland (Edge) / Twitter.com/EdgeRatedR
Pintura de Blue Demon por Adam Copeland (Edge).

Curiosas las cosas que pasan en esta ciudad llena de coincidencias y reincidencias, donde conviven muchos que no son natos de aquí, pero que ya son de aquí aunque sin soltar la raíz primera, como nuestros sujetos en cuestión: Blue Demon, quien no dejó de ser regio; ni López, que aún ama su Río Bravo. En una de esas, López decide evocar a ese populacho que se arremolinaba en las arenas, pero a quién cantarle, debió de cuestionarse, aunque muy poco. Él mismo confesó: “Cuando yo veía lucha no había mejor luchador que Blue Demon… aparte era norteño, como yo… ¿A quién más ibas a ver? ¿Dorrel Dixon? Estaba mamado ¿Y?.. El Santo era pura popularidad. No era entrón como Demon”.

El Blue Demon Blues se estaba gestando y cuando tuvo forma se lo presentó como homenaje al luchador. El tema evoca a otras figuras de la lucha libre mexicana de los setenta y principios de los ochenta como el propio Mil Máscaras y Rayo de Jalisco, mandando un afectuoso saludo a otro regio, René “Copetes” Guajardo, “otro norteño como yo, un grande arriba y abajo del ring”.

Así, las coincidencias, el destino o el azar pusieron en la línea de fuego a Jaime López, quien en 1985, y por invitación de la Sociedad de Autores y Compositores de México, participaría en la eliminatoria mexicana del Festival Internacional OTI. Quizá alguno pensó que López competiría con una de sus baladas aboleradas, como Bonzo, Sácalo o Base por altura sobre dos, pues “en el principio fue el bolero”, recuerda al contar sus primeros contactos con la guitarra. Sin embargo, López sabía que el certamen era demasiado acartonado y que poco habría que hacer más allá de divertirse e incordiar. Así que optó por orquestar el Blue Demon Blues. Sería su opción para presentarse en Televisa. El define esa ocasión como “tenía tres minutos de fama, los aprovecharía para presentar mi propia ópera rock.”

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Blue Demon y Jaime López en los 80’s

Obviamente López invitó a Demon para tal acontecimiento, pero los guardias de Televisa le prohibieron la entrada por cuestiones de identidad y no pudo asistir al festival y al gran homenaje en vida que tendría esa noche, ya que la letra de la canción es una porra para Blue Demon: “Óyeme Blue, who are you? Vamos ahí, vamos ahí, Blue Demon, vamos ahí”.

Pero, como era de esperarse del señor López, la canción está llena de metáforas sarcásticas, algunas de las cuales son simples chistes: “¿Por qué hombres necios que acusáis a la mujer sin razón usáis máscara? El Huracán Ramírez usa máscara. El Rayo de Jalisco usa máscara. El Médico Asesino usa máscara. El Llanero Solitario…. Bueno, ese viene en bikini”. Pero otros sí calaron fuerte y hondo dentro de la televisora, pues el irreverente López tocó, bueno, apedreó a una vaca sagrada de la empresa en ese entonces: Lucha Villa: “¡Ánimo, Blue, que no hay peor lucha que… Lucha Villa!”.

Los jurados, en lugar de reírse con la ocurrencia se portaron acartonados y al unísono calificaron la canción con un redondo y soberano cero. Jaime evoca con una sonrisa que le recorre la cara llena de satisfacción: “¿Qué? Me lo gané a pulso”.

Aunque a posteriori se editó un disco con las canciones finalistas, como era costumbre en cada festival, el polémico y carrasposo Blue Demon Blues fue marginado del LP y prácticamente borrado de la historia de la música comercial.

Eugenia León, quien también tiene entre su repertorio múltiples canciones de López, ganó esa eliminatoria y tuvo la oportunidad de representar a México en el OTI Internacional, en España, dos días después de aquel triste, amargo, doloroso e infame 19 de septiembre de 1985 y el terremoto que quiso borrar del mapa la patria chilanga.

Esa incursión de López en el OTI representa no sólo un acto de rebeldía, sino también una siembra la inquietud para ver qué pasaba en la lucha libre más allá de las películas y el porqué resultaba tan atractivas para las clases populares. Jaime López es un héroe desconocido en ese camino que llevará a abanderar a la lucha libre, tan llena de colorido, misticismo y valores, como un patrimonio cultural inmaterial de nuestro México, que esperamos que pronto se dé con el aval de la UNESCO.

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Jaime López durante la entrevista que dio origen a esto y platicando sobre la máscara de la Leyenda Azul. Foto Darkangelita

Sin embargo, López reconoce el cambio que ha sufrido la lucha libre a través de este tiempo: “Antes, ir a una arena era como ir a una obra de teatro, había magia. Hoy es todo diferente, muchas luces, es muy fresa”.

La carencia actual de verdaderos ídolos que la gente reconozca como tales, no que sean impuestos por la promotora o alguien ajeno a lo que pasa en el ring, hace que muchos opinemos de forma similar, pero que sigamos de necios esperando una nueva era de grandes figuras, caso similar al boxeo, al que también López le cantó: “Me gusta el box. Llegué a ver al ‘Mantequilla’ Napoles, a Ultiminio Ramos, al ‘Puas’ Olivares, a Vicente Saldivar”, y con semejantes exponentes y después de ver su devenir tras sus retiros, era sólo cuestión de buscar una armónica para encontrar la tonada adecuada para su célebre Nocaut, en la que consigna la vida sufrida que tras la fama encuentra un hombre que de la nada emergió a la gloria, y que tras el efímero paso por el triunfo vuelve en picada hacía la nada: “Me colgué un abrigo de piel de cuyo y me codeé con gente de mucho mundo. Pero ve tú a saber quién por puro lujo en esa perra vida un collar me puso. Es que la neta fue pa’ pasear mi orgullo y le debo a mi manager el embrujo. Con un cheque de hule perdí el estilo, para colgar los guantes bastó el silbido. Pero que no rumoren que fui un vendido ‘ora que me ven que estoy bendito. Cuando en la lona estás, nadie está contigo. Tres metros bajo tierra sólo hay olvido. Dios, ¿cuánto vale allá en tu reino el alma de un esclavo clavado en un contrato sangrando en este infierno?”.

Blue Demon dejó ya este plano existencial hace 14 años, pero el eco de sus hazañas en el cine y en ring siguen, y seguirán por muchas generaciones más al grito de: “Vamos ahí, vamos ahí Demon, vamos ahí”. Mientras tanto, Jaime López, quien acaba de cumplir 61 de edad, produce y crea canciones de y para nosotros, la grosa, el populacho; con temas en el que el uso y abuso del doble sentido están a la orden del día. La lucha, pues, sigue tanto en el ring, como en la vida. Esa lucha que se escribe con che de chacota, con che de chilango y con che de chingón. Aun faltaría por aclararse si de verdad la Villa es la peor Lucha, pero lo que queda claro es que, a treinta años, el Blue Demon Blues merecía un sentido homenaje.

Castálida #54 (primavera 2015).
Castálida #54 (primavera 2015).

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