Te presentamos un fragmento del inspirador libro de Ronda Rousey

El camino de «Rowdy» Ronda Rousey desde su inicios como judoka, hija de una exigente campeona mundial de dicha disciplina, no ha sido fácil. Hoy es una de las atletas más reconocidas del mundo, y su fama ha traspasado el mundo de las artes marciales mixtas llegando hasta el cine e incluso rozando la lucha libre.

La de Rousey es una historia inspiradora. La historia de una mujer que sobre  el tatami, el octágono o el ring muestra un carácter fuerte, decidido, mientras que fuera de las duras competencias su lado femenino brilla esplendoroso.


Como ya hemos informado, Rousey acaba de sacar a la venta su autobiografía MY FIGHT/YOUR FIGHT, publicada por Regan Arts, y escrita en conjunto con su hermana, María Burns Ortiz.

A continuación publicamos un fragmento del capítulo ‘People Appreciate Excellence No Matter Who You Are’, en traducción de Nareni Angeles:

 

He sido abucheada en treinta países. He sido abucheada después de mis victorias en UFC. Estoy más acostumbrada a ser abucheada por el público que a ser vitoreada. Nunca he sido una de las favoritas. Mi carrera competitiva se ha definido en gran parte por la gente que espera verme perder.

En UFC, he abrazado el papel de villana. No me intimida la controversia. No me contengo cuando se trata de decir lo que pienso. Eso no siempre me hace ganar el favor de las masas. En un mundo que ama arraigar al desvalido, yo siempre soy la favorita, y siempre gano.

Pero hay momentos en los que no importa quién eres o lo que representas. La gente quedará tan impresionada con lo que ven que se olvidarán de todo lo demás. Si tu desempeño es lo suficientemente bueno, todo lo demás no importa.

Mi mamá dice que para ser el mejor del mundo, tienes que ser capaz de vencer a cualquiera dos veces en el peor de tus días. Ella tiene razón, por supuesto. Pero hay veces en las que despiertas y sabes que nadie podrá contigo. Así fue como desperté en Río de Janeiro una mañana de 2007 en el Campeonato Mundial. Desperté lista para matar a alguien.

Habíamos llegado a Río unos días antes, nos registramos en El Motel –el equivalente brasileño de Súper 8—. Algunos de mis compañeros se quejaban de los cuartos, pero yo no necesitaba ningún lujo, y, a diferencia de la mayoría de los torneos, USA Judo al menos estaba cubriendo el costo de mi habitación.

El día de la competencia desperté temprano para poder tomar el transporte e ir al pesaje. Chequé mi peso en la escala: 70 kilos exactos. Estaba cerca, pero daría el peso sin ningún problema. En camino hacia el lobby, me topé con Valerie Gotay. Valerie pesaba menos que yo y ya había peleado.

“¿Supiste lo que pasó?”, me dijo.

Yo no tenía idea de qué hablaba.

“Un tipo que estaba en 66 kilos se fue a correr anoche para poder dar el peso y lo apuñalaron”.

“Oh, mier***”, dije. “Hablando de eso, estoy en el límite”

“Conoces la escala, ¿verdad?

Fruncí el seño.

“No. ¿Qué pasa?”. Esas palabras, dichas antes de un pesaje, nunca vienen acompañadas de buenas noticias.

“El nuestro es ligero”, dijo, refiriéndose a que la escala de los equipos estadounidenses daba una lectura menor a la del peso real. La escala oficial era de 4 kilos arriba, lo que significaba que yo estaba medio kilo por encima del peso. Si subes en la escala durante el pesaje y pierdes peso, no puedes competir y no te dan una segunda oportunidad.

“¡Tiene que ser una maldita broma!”, grité, aventando mi bolsa por el vestíbulo. Muchas caras voltearon a verme. Me di la vuelta para regresar a mi cuarto.

“¿A dónde vas?”, preguntó Valerie.

“¡A mi cuarto!”, grité por encima de mi hombro. “Parecería que la competencia es de pesajes, incompetentes hijos de puta”.

Regresé hecha una furia a mi habitación por mi ropa de plástico, un traje que sirve para evitar que el sudor se evapore, manteniendo tu cuerpo caliente y haciéndote sudar más. Salí al lobby, pasando por donde estaba el autobús que llevaría a los atletas al pesaje y comencé a correr la milla de distancia del hotel al lugar del pesaje.

Era septiembre, y en Río, el sol ya estaba muy fuerte. Tenía litros de sudor escurriéndome por la cara. Podía sentir la condensación ocurriendo sobre mi piel, dentro de mis plásticos. Corría lo más rápido que podía, cuando me di cuenta de que estaba pasando justo por el lugar donde habían apuñalado al tipo de los 66 kilos la noche anterior.

Si alguien tratara de apuñalarme en este momento, lo mataría, pensé. No estaba precisamente de humor para aguantar estupideces de nadie.

Acababa de dar vuelta a la esquina, cuando vi un lujoso hotel de cinco estrellas.

“No es posible”, dije en voz alta.

Era el hotel donde se estaban hospedando los ejecutivos de USA Judo y donde se hacía el pesaje. Corrí hacia la entrada y abrí las puertas del lobby. Una ráfaga de aire frío me dio en la cara, mientras el botones mantenía la puerta abierta. La habitación donde se llevaría a cabo el pesaje aún no estaba abierta, pero había una báscula en otra habitación. Entré, me quité mi ropa de plástico y me pesé. 70.2kg.

Gruñí. No existe peor sensación que la de tener que ponerte una ropa después de haber sudado en ella. Es como tener que cargar una bolsa húmeda de basura, sólo que en vez de agua, está goteando sudor y se te pega a la piel. Salí al lobby, gritando en mi interior.

Entonces vi a la chica japonesa que estaba en mi división saliendo del elevador. El equipo japonés se estaba hospedando en ese hotel. Ella hablaba con dos entrenadores, que sin duda habían visto horas y horas de videos de sus oponentes, cosa que estaban discutiendo con ella justo en ese momento. Ella llevaba puesta la ropa y una bolsa de sus patrocinadores, pero lo que más me encabronó fue verla llevar una pequeña tetera con el logo de sus patrocinadores. ¡Sirviendo té en una taza con el logo de sus patrocinadores!

Yo estaba a punto de enloquecer.

A nosotros, USA Judo, apenas si nos había dado unas sudaderas, así que por supuesto, no tenía una tetera como esa, e incluso si nos la hubieran dado, no habría importado, porque yo tenía que regresar a mi habitación en El Motel. Los vellos de la nuca se me erizaron mientras todo mi cuerpo se tensaba y mis dientes rechinaban. Mis puños estaban tan apretados que mis uñas se clavaban en mis palmas.

Tú serás mi primera contrincante, pensé. Ya nos las arreglaremos.

Volví a quitarme la ropa húmeda y me pesé por segunda vez en la báscula no oficial: 70 kilos. Ahora tenía que ir al pesaje. Miré la pila de ropa húmeda que había dejado en el pasillo. De ninguna manera me las iba a poner nuevamente, así que me envolví en una toalla y fui al lobby, que ya estaba lleno de atletas, organizadores del torneo, entrenadores, réferis y algunos turistas. Todas las cabezas voltearon hacia mí cuando pasé. Sostuve mi toalla con una mano y miré hacia el frente. Si hubiera podido recorrer ese camino con mi dedo medio en el aire, sin riesgo de romper alguna regla del torneo, lo habría hecho.

Entré a la habitación donde se llevaría a cabo el pesaje. Yo estaba casi al final de la fila. Me quedaba mirando fijamente a cada chica salía después de haberse pesado, haciendo una nota mental de destruirla cuando comenzara el torneo. Finalmente llegó mi turno, me pesé, tomé un poco de agua, emprendí el camino de regreso al hotel para recoger mis cosas e ir al torneo a hacer puré a todas esas perras.

Uno de los chistes favoritos entre los judokas es que los estadounidenses siempre tienen la peor selección de torneo, porque es mejor tener primero una pelea fácil y después ir calentando. La gente siempre se ríe cuando un estadounidense enfrenta a un japonés en la primera ronda de un torneo. El judo comenzó en Japón y los japoneses se toman el judo con mucha seriedad. No es muy difícil ser el mejor judoka en Estados Unidos, pero para ser el mejor judoka en Japón, tienes que ser duro. Japón casi siempre domina en los torneos. El resultado del sorteo se publica en la reunión de entrenadores la noche antes de que comience el torneo. Algunas personas planean lo que harán en base a quién enfrentarán. Yo solamente me enfoco en un combate a la vez, nunca miro más allá para ver a quién me tocará enfrentar.

De cualquier forma tengo que vencerlas a todas, pensé.

Mi combate contra la japonesa fue temprano, así que el estadio aún estaba medio vacío, pero aún así podía escuchar las porras del equipo japonés en su máximo esplendor. El líder gritó algo y, como siempre, los fans japoneses devolvieron la ovación. Yo nunca me he dejado impresionar por la multitud, pero la multitud siempre tiene efecto sobre los réferis. Siempre me tomo un momento para observar la atmósfera y saber lo que los réferis pueden estar pensando. Entonces, me sintonizo con el ruido.

La mire fijamente.

Púdranse tú y tu tetera, pensé.

Hice del combate una pelea callejera, que es lo peor para un peleador japonés, ya que ellos son muy tradicionales y se enfocan mucho en la técnica apropiada. Estaba presionando en el piso, sacándola de balance, lanzándola para todos lados.

Trapeé el suelo con ella, derribándola dos veces y ganando con un waza-ari (medio punto) y un ayuko (casi un cuarto de punto). Ella no obtuvo ningún punto.

La siguiente fue Ylenia Scapin, la dos veces medallista olímpica italiana. Nunca nos habíamos topado antes, así que no sabía que esperar. En el momento en el que sujetas a alguien, puedes medir su fuerza e inmediatamente me di cuenta de que era la chica más fuerte a la que me había enfrentado. Los peleadores fuertes representan un gran reto, porque es mucho más difícil romper sus agarres. Su defensa es mucho mejor.

Ofensivamente, no tenía miedo de Scapin, pero era muy difícil sujetarla y derribarla. Ser fuerte no necesariamente te hace un oponente aterrador, pero te hace más difícil de controlar.

La derribé para aplicar un waza-ari en el primer minuto del combate. Ella tampoco pudo hacer ningún punto.

Luego tenía a Mayra Aguiar, de Brasil, la favorita de casa para los cuartos de final. La arena seguía llenándose y ahora estaba a casi tres cuartos de su capacidad. En contraste con los fans japoneses y el líder de su porra, los brasileños estaban endemoniadamente entusiasmados. Los brasileños son la multitud más loca y apasionada que me ha tocado ver. Estaban tocando cornetas y agitando banderas. Una sección completa estaba cubierta por una enorme bandera brasileña que los fans sostenían.

Por supuesto me abuchearon en cuanto entré al tatami, gritándome “¡Vas a morir!” en portugués. Observé el efecto que eso tenía en el réferi. Ahora, más que antes, tenía que ganar. Contra el rugido de la multitud, la llevé al piso y la inmovilicé cuando quedaban solamente treinta segundos en el reloj. Los brasileños me abuchearon con toda la saña con la que podían mientras salía del tatami.

Había llegado a la semifinal. Sería un encuentro entre Edith Bosch, la entonces campeona, y yo. Era una alemana de 1.80 de estatura con un súper abdomen. Yo parecía un hobbit junto a ella.

Bosch y yo nos habíamos enfrentado apenas un mes atrás en el abierto de Alemania. Fui declarada ganadora luego de que ella me hiciera una palanca ilegal al brazo, durante la cual me dislocó el codo.

Si tenía un némesis durante mi competencia en la división de 70 kilos, era ella. ¿Han visto las películas donde el héroe vence a cinco tipos y luego se burla: “¿Es todo lo que tienen?”, y luego se voltea para toparse a un gigante al que apenas si le llega al ombligo? Bueno, Edith Bosch es ese gigante.

Sabía que Bosch estaría feliz con el combate, pues pensaba que tenía una oponente fácil, pero yo tenía que asegurarme de que esta sería la última vez que ella se sintiera feliz de tener que enfrentarme.

El réferi dijo “Hajime” (comiencen). ¿Y qué hizo Bosch? Exactamente el mismo movimiento que hizo que la descalificaran en Alemania. Y nuevamente me dislocó el codo. Pero esta vez, el réferi no lo vio.

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Miré mi codo dislocado y miré a Bosch como diciéndole: “Maldita sea, ¿de verdad?”. No podía creer que me hubiera hecho esa mier*** de nuevo. No podía creer que se fuera a salir con la suya. Volteé a ver al réferi. Nada.

Quería gritar, pero discutir no tenía ningún sentido. Un dolor agudo me trajo de vuelta a la realidad. Jamás había perdido un combate en mi vida, y de ninguna manera iba a perder en la semifinal de un Campeonato Mundial.

Me prepare. Tensé mi brazo izquierdo y respiré profundamente. Con mi mano derecha, sujeté mi antebrazo, justo debajo del codo dislocado y presioné tan fuerte como pude. Pop. La articulación volvió a su lugar. La manipulación dolió como el infierno, pero tan pronto como mi codo volvió a su sitio, el dolor agudo se hizo soportable.

Miré a Bosch. No mostraba absolutamente ningún remordimiento, lo cual solamente acrecentó mi ira. Sin dejar de mirarla, agité mi brazo y pensé: Púdrete, perra. No me voy a rendir.

Bosch apuntó un punto a la mitad del combate, que era de cinco minutos, dejándome atrás. Luego, trató de evitar cualquier contacto conmigo en los siguientes dos minutos, con la esperanza de ganar tiempo suficiente para que acabara el combate. Su plan estaba funcionando.

Quedaban treinta segundos. Dije como diecinueve millones de oraciones. Miré hacia las vigas y tuve algo que sentí como una increíblemente larga conversación con Dios.

“Por favor, Dios, ayúdame”, rogué. “Por favor ayúdame a salir de ésta, a ganar este combate”.

El tiempo se acababa.

29 segundos… Por favor, Dios. Hice un agarre.

28… Por favor, Dios. Bosch me empujó.

27… Por favor, Dios. Hice un agarre de nuevo.

26… Por favor, Dios. Bosch se movió como si fuera a intentar lanzarme.

25… Por favor, Dios. No tuvo oportunidad de hacerlo.

24… Por favor, Dios. Hice mi movimiento. Lo cronometré perfectamente.

23… Por favor, Dios. Sujeté a Bosch con la mano del brazo que me había dislocado.

22… Por favor, Dios.Di la vuelta, haciendo una palanca por encima de mi cabeza. Ella salió volando, frente a Dios y a todo el mundo.

21… Por favor, Dios.¡Zaz! Ella aterrizó de espaldas. Ippon. Yo había ganado instantáneamente.

20… ¡Gracias, Dios!

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Bosch se quedó en el piso, de cara al tatami por un momento, como si no pudiera creer que acababa de perder.

El lugar explotó. La arena entera había visto nuestra pelea y todos en el edificio se volvieron locos después de ver un momento de David y Goliat. La multitud entera rugió, ovacionándome.

El aplauso no tuvo nada que ver con quién era yo o de dónde venía. En ese momento no les importaba. Acababan de ver algo increíble.

Mi encuentro con Bosch fue la única vez en la que recibí una ovación en judo. Fue el momento más emocionante de mi carrera como judoka, pero el júbilo duró poco, mientras trataba de bloquear el dolor en mi codo y me enfocaba inmediatamente en la final.

Enfrenté a la francesa Gévrise Émane y me llamaron la atención por una supuesta falta en el primer minuto, lo cual me puso inmediatamente abajo en la puntuación. Ella obtuvo un punto segundos después con un lance cuestionable suponiendo que se trataba de una puntuación legítima. Me anoté un punto a la mitad del combate, con lo cual quedamos empatadas… es decir, hasta que el réferi revirtió la decisión, dándole el punto a mi oponente. Tratando de aferrarse a su ventaja, se pasó el resto del combate huyendo de mí, por lo que recibió una penalización con menos de un minuto restante, luego, volvió a huir de mí durante los últimos segundos del encuentro.

El Campeonato del Mundo se me había escurrido de los dedos. Cada que cerraba los ojos, incluso para parpadear, veía a Émane agitar sus brazos en el aire con júbilo. No tenía a quién echarle la culpa, excepto a mí misma. Había dejado que la victoria se me escapara por sólo unos puntos. Había fallado. Me dolía hasta respirar.

Cuando el torneo acabó, caminé a las gradas, donde la multitud me había vitoreado con todas sus fuerzas apenas unas horas antes. Tenía que llamarle a mamá, pero aún no podía hacerlo. Hacer esa llamada significaba tener que encontrar la fuerza necesaria para decir: perdí. Mi corazón se retorció. Subí hasta la parte más alta de las gradas. La arena estaba ya casi vacía. Me senté al final de una hilera de asientos, contra una esquina, con mis rodillas sobre mi pecho y lloré lo más fuerte que había llorado desde que papá murió.

 

© 2015, Ronda Rousey, todos los derechos reservados. ‘La gente valora la excelencia sin importar quién eres’ es un extracto del libro MY FIGHT/YOUR FIGHT, publicado por Regan Arts. Traducción: Nareni Angeles.

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