Cuando precisamente ahora el panorama de AEW se tiñe de una interesante escala de grises tras Full Gear 2024, donde nadie es demasiado malo ni demasiado bueno, Dave Meltzer publicó recientemente cierto tuit que mi compañero de SUPERLUCHAS Jon Duarte quiso compartir.
«Les falta [a AEW] el «babyface» superestrella, ese héroe que casi nunca pierde y ocupa la posición principal. Es algo que necesitan desesperadamente en una promoción con tantos ángulos de dominio por parte de los ‘heel’».
They lack the superstar babyface who almost never loses in the headline position. It’s what you need badly in a promotion with no many heel beat down angles. https://t.co/7vG6eduQuL
— Dave Meltzer (@davemeltzerWON) December 10, 2024
► Un modelo obsoleto
Lógicamente, al leer tal reflexión, nos viene a la mente una figura.
Hablar de John Cena es hablar de una leyenda viva de la lucha libre. Probablemente, la última gran estrella que ha dado la industria yanqui. Todavía sus apariciones en el producto televisivo de WWE suponen los picos de audiencia de cada programa, y la inminente «gira» de retiro que protagonizará en 2025 podría otorgar a la empresa su «Road To WrestleMania» más rentable.
Sin embargo, el éxito de Cena no se basó realmente en su imagen de «babyface», sino en las reacciones tanto positivas como negativas que tal personaje suscitaba entre la fanaticada. De ahí su apelativo, vendido por la propia empresa, y cacareado por Michael Cole a cada ocasión que se presentaba, de «the most polarizing Superstar in WWE history».
Vince McMahon pudo haber optado por conjuntar un «heel turn» similar al de Roman Reigns, pero bajo aquella etapa PG donde Cena era una máquina de merchandising en pos de devolver a WWE esa imagen de producto de consumo universal para todos los públicos, tal movimiento habría resultado perjudicial. Los niños adoraban a Cena (sus madres también) y los varones adultos adoraban odiarlo. Una estrella completamente transversal.
Entender que no todo lo que funciona en WWE tiene por qué funcionar en otro universo todavía parece una asignatura pendiente para algunos analistas. AEW no necesita un John Cena, en primer lugar, porque no puede haber otro John Cena. Y en segundo lugar, porque ese modelo descrito por Meltzer de un gran «babyface» por encima de todo tal vez esté ya obsoleto.
Se demostró obsoleto en los años de Cena —aunque las arcas de WWE no dijeran lo mismo— y se demuestra obsoleto hoy con el reinado de Cody Rhodes, pues este sigue compartiendo protagonismo con Roman Reigns, amén de con multitud de talentos. El nuevo «boom» de WWE es fruto de un trabajo colectivo, sintetizado en la forma de una facción, The Bloodline —verdadero factor diferenciador que no deja de atraer público pese a lucir ya un tanto agotada su narrativa—, y el resto de Superestrellas «satélite». Una disposición que recuerda a la de los tiempos de gloria de la nWo en WCW.
Así, si algo ha demostrado la industria estadounidense en el último cuarto de siglo no es la necesidad de un gran técnico favorito del público (obviando la progresiva simpatía del respetable hacia los villanos o antihéroes). Es la necesidad de tener una gran historia como eje central, sobre la que descanse el espectador casual cada vez que decida conectar con el producto, sin demasiadas subtramas que desvíen su atención y le hagan perder el interés. Sonará insultante para la inteligencia de algunos seguidores, pero es la realidad.
Y hoy, quizás AEW adolezca de esa simpleza en su producto, teniendo en cuenta el comentado escenario que dispuso tras Full Gear 2024 y tras el retiro de Bryan Danielson como competidor a tiempo completo.
Algunos fans apuntan que «The American Dragon» pudo haber sido el «babyface» con mayúsculas de AEW, pero nunca lo sabremos. Y en cualquier caso, me reitero en mi argumentario: no hay cabida para tal disposición dentro del marco de AEW, en buena parte debido a una inviabilidad manifiesta, donde ante la enorme cantidad de competidores bajo contrato y un limitado tiempo televisivo, resultaría muy dificultoso conceder tanta exposición a una única figura.
Por otra parte, si bien Danielson sólo ostentó 48 días el Campeonato Mundial AEW, durante ese tiempo ni la taquilla ni los ratings de la promotora experimentaron un impulso. Los factores que explican el (relativo) estancamiento de la casa Élite no pueden explicarse por la ausencia de un campeón «babyface» a la vieja usanza, porque en líneas generales AEW no ofrece un producto a la vieja usanza, dirigido al espectador casual.
Con Jon Moxley y los Death Riders, aparentemente AEW quiere centrar la atención de sus fans sobre una historia principal (utilizando también a una facción como elemento de conflicto) y así mejorar su audiencia. No obstante, por ahora la citada inviabilidad de concederle tanto tiempo a un único foco argumental se hace manifiesta cada semana, y la celebración precisamente ahora del Continental Classic poco ayuda. Veremos si a largo plazo, da sus frutos.