Los héroes del 19 de septiembre

La tragedia se presenta siempre en su propio aniversario. Llevo todo este tiempo sentado frente a los escombros. De los muros derrumbados, de las cosas que quebradas, de los huesos rotos, he sacado mi fuerza. Hoy no es la excepción, pero hay una única diferencia: esta vez la máscara no cubre mi rostro.

Mi edificio estaba en la esquina del Eje Central y cerrada Juan de Oca. Aprisionados por toneladas de piedra ahora yacen mis equipos de lucha. Pero más que mis máscaras, mis mallas, mis botas o mis capas, lo que más me entristece haber perdido son mis trofeos.

Cuando desenmascaré al Ángel Rabioso, mi madre —que en paz descanse— me apoyó con todo su amor (aunque yo bien sabía que en el fondo a ella le dolía mi decisión de vivir mi sueño). El día de la función me regaló mis primeras botas de luchador: «No puedes ganar sin esto». Y tenía razón, como siempre. No fue a verme porque se asustaba mucho de que me pegaran. Pero dejó ir a mi hermana e invitó a mis primos y les dio dinero para que pagaran los boletos y compraran palomitas.

Cuando regresé a casa con la alegría de la victoria, lo primero que vi en sus ojos fueron lágrimas, me dijo que había estado rezando para que saliera avante.

Las foto de mi madre también están enterradas bajo esas piedras negras. Son las nueve de la noche. En mi mochila llevo algunos objetos que pude recuperar, espero a que lleguen mi hija Mara y María mi esposa. Fueron a comprar algunas cosas para irnos a la casa de mis suegros.

Las lámparas brincaban y las ventanas tronaron. Era como una alucinación. La alarma sonó tarde: la misma que había escuchado un par de horas antes. Pensé en mi familia. Pero el único que estaba en el departamento era yo, acababa de regresar del gimnasio. Como vivimos en el primer piso, pude saltar hacia afuera por la ventana. Para otros esto les hubiera ocasionado una lesión pero yo sé volar.

Recuerdo la primera vez que me fracturé el brazo. La Arena Apatlaco estaba abarrotaba porque iba a luchar Místico contra el Furioso Centella, el ídolo rudo de la colonia. Yo estaba nervioso, iba de compañero con Bomba Estrella y el Niño Marciano, ambos eran buenos compañeros pero no sabían nada de lucha, más bien eran —¿cómo decirlo sin que suene mal?— unos payasos. Y yo no quería estar en esa tercia, yo quería que la gente me tomara en serio.

Me puse muy nervioso porque enfrente teníamos a unos rudos de los que no se tientan el corazón. Se trataba de una tercia que después se volvió bastante famosa en el circuito local, se llamaban El Comando Negro.

Quería llevar la victoria a mi equipo, estábamos en la tercera caída. Así que en el último momento vi la oportunidad de realizar una lance suicida sobre el Terror Militar. Corrí hacia las cuerdas para tomar impulso, y salí disparado entre la primera y tercera. La velocidad que llevaba era demasiada, el impulso me hizo cruzar por encima de la cabeza de Terror, quien no me pudo agarrar. Caí estrepitosamente sobre la cuarta o quinta fila de las butacas.

Por fortuna estuve muy poco tiempo en rehabilitación. Mi arrojo aéreo me valió subir en el cartel.

Es muy distinta la energía de la gente cuando está emocionada que cuando está asustada. Los ojos de las personas se transforman. En las arenas de lucha libre, sus ojos son blancos, porque refulgen con la luz, son chispas de electricidad, pequeñas estrellas. Cuando la gente se asusta, esas estrellas se vuelven negras, y su luz es obscura.

Vi la histeria en esos ojos cuando el edificio se vino abajo. De inmediato comenzamos a preguntar por los vecinos y por sus familias, para saber si habíamos podido salir todos. Tardamos casi una hora en organizarnos. A lo lejos se escuchaba un radio:

En el aniversario del devastador terremoto de 1985, este martes 19 de septiembre, dos sismos volvieron a sacudir la ciudad. A la 1:14 de la tarde, hora de la Ciudad de México, dos sismos continuos, uno de magnitud 6.8 y otro de 7.1 con apenas 4 minutos de diferencia, hicieron que varios edificios se vinieran abajo.

Lamentablemente no todos pudimos salir del edificio.

Se empezaron a escuchar gritos que solicitaban a personas para mover escombros. No sé de donde salieron decenas de personas que corrieron a ayudar. Pasaron bicis llenas de garrafones de agua. Albañiles con tablas, palas y cualquier herramienta que tuvieran a la mano. Llegaron patrullas, ambulancias, protección civil y helicópteros del ejército.

Me fijo en los ojos de esas personas. De sus ojos nace la esperanza. Una luz muy intensa, que me conmueve.

Con especial dedicatoria para todos los mexicanos que perdieron a alguien en esa trágica fecha, el equipo de SÚPER LUCHAS honra el recuerdo del espíritu mexicano que se ha sabido sobreponer a la catástrofe.

LA LUCHA SIGUE...
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