Dana White: Cuando el negocio de ser políticamente incorrecto se agota

El presidente de UFC, Dana White, recientemente estuvo en el ojo de la tormenta por un video en el que se lo vio abofeteando a su esposa. Tras conocerse el hecho, White declaró en TMZ que se sentía “avergonzado por lo ocurrido”  y aseveró que “las opiniones que se realicen al respecto serán, en su mayoría, correctas”. Este escándalo se sumó a una larga lista de problemas en los que se vio envuelto el promotor a lo largo de su carrera, y este corresponde a una polarización, en parte política, que cada vez se complejiza más y más.

White siempre se quiso mostrar como una antítesis de Vince McMahon, el todopoderoso chairman de WWE. Mientras que McMahon se estableció, sobre todo desde que la empresa luchística empezó a cotizar en la bolsa de valores, como un hombre de negocios, White nunca abandonó las triquiñuelas de un vendedor de autos usados que trata de sacarle ventaja a los menos listos que él.

► Ser políticamente incorrecto, un negocio

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Por ejemplo, hace un tiempo se reveló que White era un asiduo espectador de bailarinas exóticas, a las que les pagaba más que a varios peleadores que se dejan la sangre en su propia empresa. Esto metió el dedo en la llaga porque UFC está en juicio con varios e peleadores, debido a las tácticas de negociación que utilizaba adrede el ex matchmaker Joe Silva para perjudicarlos económicamente. Y otra táctica de negociación de la que se benefició Dana White, y UFC, fue la polarización política.

Hoy en día, ser políticamente incorrecto es una forma de hacer dinero, siempre lo fue. El discurso de la antipolítica o, en este caso, de ir contra el sistema, siempre tuvo sus caudillos que se beneficiaban de sus seguidores. 

Durante el pico de pandemia del Covid-19, cuando todavía no existían las vacunas, White ideó una manera de seguir vendiendo eventos aprovechando que otras ligas deportivas estaban prácticamente paradas. Fue a través de la Fight Island, un espacio deportivo en Abu Dhabi cuyas regulaciones en materia salubre le permitió a UFC cumplir con el calendario de eventos pautado para el 2020. En el medio, puso en riesgo a su personal de empleados y a los mismos peleadores, quienes contrajeron coronavirus.

No obstante, y desde un punto de vista económico, la empresa fue favorecida, y recibió el beneplácito de figuras que hicieron política polemizando con la pandemia, como los ex mandatarios Donald Trump y Jair Bolsonaro. Este efecto dominó generó que peleadores como Darren Till, Bryce Mitchell, Cody Garbrandt y el caso más sonado de todos, Colby Covington, sacaran a relucir sus posturas políticas que han puesto en peligro la vida de los demás.

Colby Covington y Donald Trump
Colby Covington junto al ex presidente Donald Trump

Eso es la punta del iceberg, por otro lado, peleadores chechenos como la leyenda Khabib Nurmagomedov o el impresionante Khamzat Chimaev fueron utilizados por el dictador Ramzav Karydov para lavar la imagen de un régimen conocido por encerrar personas LGBT+ en campos de concentración. Tanto es el control que Karydov tiene sobre los competidores que hace unos años Chimaev aseguró que se iba a retirar de las jaulas, pero bastó una declaración del mandatario checheno para que este volviera a competir.

De hecho, varias estrellas de UFC como Aljamain Sterling o  Sean O’Malley se fotografiaron con Andrew Tate, ex kickboxer radicado en Rumania que, a base de distribuir mensajes con un gran contenido misógino, ganó una cantidad impresionante de fans en redes sociales. Cabe destacar que Tate, luego de hacer el ridículo ante la activista ambiental Greta Thumberg en Twitter, fue detenido por la policía rumana por estar involucrado en un caso de trata de personas.

La meta de UFC desde que se fundó por Art Davie, Bob Meyrowitz, Ryan Troutsdale, Campbell McClaren, David Isaacs, John Milius y la familia Gracie fue que las artes marciales mixtas se tomaran como un deporte serio y no como un circo romano, como fueron calificadas por la política y los medios por muchos años.  Asociarse a figuras caricaturescas como las mencionadas previamente, y convertirse en una como el caso de Dana White, hace que la misión de la empresa de MMA de convertirse en un faro deportivo como la NBA o la NFL sea cada vez más imposible. 

► Los límites del negocio

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Las empresas grandes, o las que aspiran a serlo, entienden que una porción de la sociedad no va a querer asociarse a compañías que den una mala imagen. Esto no significa que tengan un accionar ético, sino que saben cuidar las formas. El problema es que, en el modelo de White, las formas nunca existieron, y cada vez es más difícil ocultarlo.

En Estados Unidos, ser políticamente correcto está asociado a un excesivo uso de etiquetas y de cupos. Si bien la idea de que Disney y otras productoras hollywoodenses incluyen a personas afrodescendientes y LGBT para cumplir con una cuota progresista es un argumento comúnmente esgrimido por políticos de ultraderecha, también es cierto que estas muestras de humanismo corporativo son una forma simple de enmascarar problemáticas más complejas como la discriminación y la desigualdad social.

Empresarios como White se venden como lo hacían las series de los 90 como South Park y Los Simpson, como factores transgresores que muestran las fracturas del sistema o «la matrix» como le gusta decir a Andrew Tate. Pero no hay ninguna fractura expuesta en las formas de White. De hecho, él se vio muy favorecido por el sistema que dice combatir. 

El periodista de ESPN Jeff Wagenheim publicó un tuit en el que denuncia que en su trabajo se le prohibió comentar lo sucedido con White. ESPN es la principal socia de UFC, distribuye sus eventos tanto en televisión como por Internet. Importantes periodistas como Ariel Helwani o Luke Thomas denunciaron la poca seriedad con la que el principal medio deportivo cubrió este escándalo. 

«Nos han dicho que no debemos escribir nada polémico sobre Dana White en redes sociales. Entiendo por qué, pero quiero que entiendan que no todos tenemos una opinión tan leve como esta (de Stephen A. Smith) sobre la violencia doméstica» 

Si UFC quiere cumplir su sueño de convertirse en una franquicia similar a la NBA o la NFL, tiene que medir con la misma vara a los jefes y a los peleadores. Recientemente, James Krause, respetado veterano y entrenador, fue vetado (y sus alumnos despedidos) por haber hecho fraude con apuestas.

UFC tiene que decidir qué tipo de empresa quiere ser. Si quiere hacer negocios hasta alcanzar el estatus de los deportes monarcas en Estados Unidos, hacer constantes asociaciones con figuras políticas marginales va a dilatar cada vez más su llegada a ese estatus. 

La plataforma que habilitó White a través de su accionar parece arrinconarlo cada vez más, porque los agujeros aumentan y no tiene suficientes manos para taparlos. Querer llevarse el mundo puesto por delante y a la vez ser un respetado hombre de negocios parecen ser metas que se alejan más y más entre sí. 

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