Lucha Underground: una visión distorsionada de la lucha libre mexicana

El lector de SUPER LUCHAS seguramente está familiarizado con la producción televisiva Lucha Underground, no obstante, una lectura de lo que puede significar para el televidente no versado en lucha libre, puede resultar interesante y la encuentras en Cine3.

El tema aquí tratado está mucho más localizado. Hablaremos de lo que Lucha Underground puede proyectar al mundo no sólo sobre la lucha libre mexicana, sino además sobre nuestra cultura.

Mientras que los aficionados mexicanos tenemos una idea más o menos clara de lo que se representa en el espectáculo de la lucha libre, quienes le ven desde fuera parecen encontrar en la lucha libre mexicana una especie de amalgama entre religión y tradición cultural que cobija un deporte fantástico.

Ésta visión podemos escucharla en voz de varios comentaristas de lucha libre en el extranjero, en las viñetas que presentan cuando se trata de algún luchador de ascendencia mexicana en empresas de otros países, y por supuesto en los aficionados a la lucha libre.

Es verdad que la lucha libre en México es un fenómeno sociológico interesante, pero definitivamente la cultura nacional no se ve representada en la lucha libre mexicana. La visión, si bien ficticia, que presenta Lucha Underground, es una distorsión que se apega totalmente a la concepción que, en el extranjero, específicamente en la Unión Americana se tiene de nuestro país.

Vayamos por partes, el episodio inicial de Lucha Underground nos dice que siete tribus antiguas conformaron el imperio azteca, que de ahí se desarrollo una forma de combate que la lucha mexicana ha heredado y que en El Templo (recinto de Lucha Underground) es el lugar donde se pondrá a prueba.

Bien, hasta aquí no hay reproche, es la creación de una mitología en la cual enmarcar los encuentros, el problema viene con los personajes que supuestamente representan la tradición de la lucha libre mexicana.

El primer encuentro según palabras de Darío Cueto, el promotor, representa el honor de la lucha libre. Se trata de “Blue Demon Jr.”, no El hijo del Demonio Azul, contra Chavo Guerrero Jr., un hombre nacido en El Paso, Texas, Estados Unidos.

Los comentaristas en español: Hugo Savinovich y El Vampiro Canadiense. Ninguno de los dos, mexicano, con un dominio tan pobre de la lengua española, que resulta mejor ver los episodios en inglés.

El personaje principal, aquel por el cual se cuenta la leyenda de las siete tribus, aunque nacido en Estados Unidos, es descendiente de la tribu más feroz de guerreros aztecas. Luego entonces, no es mexicano, ni aprendió lucha en México. Su mentor es Konnan, un luchador cubano nacionalizado estadounidense.

El otro personaje del que se nos cuentan sus antecedentes es Mil Muertes: sobreviviente del terremoto de 1985 en la Ciudad de México, que al salir de entre los escombros toma su nueva personalidad al haber escapado de la muerte, además se hace acompañar al cuadrilátero por La Catrina.

No es mala la idea, pero Mil Muertes es interpretado por Gilbert Cosme, luchador más conocido como El Mesías, que no es mexicano sino puertorriqueño. Y su estilo de lucha es más parecido al norteamericano que al mexicano.

La Catrina, es un personaje entrañable de la cultura mexicana, creado por el caricaturista José Guadalupe Posada y nombrada así por el pintor Diego Rivera. Representa la miseria del poder adornado sólo por su atuendo elegante. La acompañante de Mil Muertes en cambio viste de manera vulgar y habla con trabajo el español.

La máscara del luchador, dice Konnan, simboliza la vida, simula la cabeza arrancada al perdedor. Pintoresca forma de explicar el significado de la máscara en la lucha libre mexicana, pero los primeros enmascarados fueron extranjeros. Los luchadores mexicanos la adoptaron y le dieron un estilo propio, adornado con motivos prehispánicos o de carácter nacional, nada más.

En conclusión, no se está presentando un producto mexicano que represente mínimamente la cultura mexicana. Se trata más bien de complacer al espectador blanco estadounidense viendo en pantalla la confirmación de sus prejuicios.

Los latinos, si no es que mexicanos, son “cholos” esbirros del promotor. Los héroes iniciales son los norteamericanos Johnny Mundo y Prince Puma. Hay un villano nativo de Los Ángeles, Big Zeke, pero es de raza negra al servicio de Darío Cueto, el promotor español. No es de extrañar la complacencia, al fin y al cabo, se trata de una realización dirigida al consumo, no a la divulgación cultural.

La producción es de Roberto Rodríguez, nacido en San Antonio, Texas, Estados Unidos, hijo de inmigrantes mexicanos que ahora se hace llamar “Robert”. Y ya sabemos que para Robert como para gran parte de la población estadounidense cualquier hispano hablante puede pasar como mexicano y si se trata de Hollywood de preferencia que sea español. Por eso nos presentó un Mariachi con acento andaluz y otro madrileño, aunque supuestamente mexicanos.

El socio mexicano involucrado en la serie es Triple A, pero tampoco parece estar interesado en reflejar lo que es la lucha libre mexicana y su verdadera tradición. Muestra de ello es la siguiente declaración extraída de la entrevista que Dorian Roldán, gerente general de Lucha Underground otorgó a Publisport a propósito de su lanzamiento en la plataforma de retransmisión:

“Lo que nosotros tratamos de crear es un mundo real con superhéroes, una especie de Powers Rangers llevado a la lucha, donde lo que queremos es crear una franquicia de superhéroes basados en luchadores mexicanos en donde realmente veamos lo que los luchadores mejor saben hacer, que es subirse a un ring, y que obviamente con Netflix lo que esperamos es generar una mayor audiencia y lograr una mayor base de fanáticos.”

Resulta significativo que el referente de Roldan sean los Powers Rangers. Evidentemente no se trata de la exportación de la lucha mexicana, sino del uso de algunos luchadores mexicanos para presentar un espectáculo acorde con las expectativas de un público bien definido.

Ahora que gracias a su convenio con Netflix podrá tener mayor difusión, esperamos que este producto no alimente más los estereotipos sobre los mexicanos. Somos perfectibles como todos los demás, no somos cholos delincuentes, ni todos creemos en magia y santería como se dice en uno de los episodios.

El interés de ésta reflexión sólo es uno: advertir a los lectores fuera de nuestras fronteras que Lucha Underground no representa la cultura mexicana, ni siquiera esa pequeña parte que es la lucha libre mexicana.

El uso del spanglish, el identificar a la subcultura chicana con México, la asunción de nombres en inglés para los luchadores mexicanos, hacer una versión con taparrabo de los Power Rangers, en todo caso es sólo una pequeña muestra del espíritu de sumisión que algunos mexicanos heredaron de la colonización.

El luchador mexicano en el extranjero también puede caracterizar a un aristócrata, como Alberto Del Río, y defender el verdadero significado de su incógnita ante las presiones del promotor norteamericano, como nos enseñó Mil Mascaras y triunfar en el extranjero con un nombre autóctono como lo hizo el príncipe maya Canek.

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